En este camino de alegrarnos cada vez con menos que los argentinos supimos conseguir, justo a la salida de un fin de semana extra largo, por estas horas millones de argentinos empezarán a descubrir que la felicidad debía ser algo muy parecido a no tener que bancarse una tanda de televisión o radio o un video de You Tube sin tantos anuncios políticos…
Tantos anuncios como los que se reproducen en campaña hasta el hartazgo de cualquier paciencia normal, hay que aclarar.
En todos los niveles, aun en tiempos de “no campaña”, los espacios publicitarios están minados de propaganda política disimulada bajo el eufemismo de pauta publicitaria pagada con dineros del Estado.
Alcanza con escuchar que casi no hay programa periodístico, nacional o local, que no cuente entre sus auspiciantes a algún ente gubernamental. No siempre fue así. La relación entre comunicación y poder adquirió en los últimos años ribetes abusivos: se abusan del poder los que creen que poniendo plata en medios, condicionan contenidos; se abusan de los poderosos los que venden ese “servicio” al mejor postor y ni falta que hace decirlo, la abusada es aquella que solía definirse como “opinión pública” y hoy ha mutado hacia un mejunje de pensamientos tribales que sólo tienen como denominador común el enojo y la indignación.
Quizás no esté de más tener en cuenta que todos los sondeos que se realizaron con posterioridad a las últimas primarias revelaron que la incidencia del contenido de los spots en la intención de voto fue ínfima, por no decir nula.
Es decir que nadie decidió su voto tras tragarse uno, diez o cien spots y evaluar cuál decía algo con lo que se pudiera coincidir.
Sin embargo, hay que ver el tiempo, la energía y el dinero que la política destina a realizarlos y las expectativas que le ponen.
Una prueba más, por si hacía falta, de que tanto quienes gobiernan como quienes aspiran a hacerlo, sin distinciones de banderías, lo hacen en idiomas (o transmiten en una frecuencia) por completo distintos a quienes no tienen más remedio que ser gobernados.
Eso sí: hace unos días el sistema le cayó con todo al inefable Mario Ishii cuando vaticinó que algún día “el pueblo” se iba a levantar contra los medios, “harto de que lo inunden de mierda, todo el tiempo”.
Cómo nadie resiste un archivo, quizás no estaría de más recordar que otro inefable como Luis Majul, hace más de 20 años profetizaba algo muy parecido…
Claro que fue antes de que él mismo pasara a formar parte de esas estructuras cloacales que tanto aborrecía.
Así las cosas, el gobierno nacional parece haber logrado instaurar la sensación de que puede no estar todo dicho de cara a las generales de noviembre.
Por contrapartida, la oposición, en clara demostración de que ni ellos mismos entienden qué hicieron para ganar cómo ganaron, se tragó el amague y se puso a la defensiva.
Cómo todo aquello que proviene de análisis de una superficialidad alarmante, ni una ni otra postura resisten de la formulación de unas pocas y muy simples preguntas: ¿qué razón podría haber para que quienes ya castigaron al gobierno, dejasen de castigarlo?
Si la bronca contenida por la pandemia y una discusión sobre si se manejó bien o mal (algo qué quedó definitivamente saldada con la difusión de las fotografías del cumpleaños en Olivos) fue el elemento decisivo que condiciono una diferencia imprevista ¿Por qué razón ese enojo podría ya haberse pasado?
En todo caso, no estaría de más animarse a descubrir si quienes salieron beneficiados por toda esa rabia social, tienen a su favor algo más que haber quedado esta vez del lado de los no tan puteados.
No tan puteados no por amor o predicamento, si no tan sólo porque no les toca ahora decepcionar a la población desde la gestión. Sería deseable entonces que no se la creyeran.
A fin de cuentas, ahora queda bastante claro que quienes están ahora, sólo llegaron donde están, impulsados por la decepción con quienes ahora resultan favorecidos por un resultado electoral.
Los umbrales de paciencia colectiva son cada vez más exiguos. Hay motivos para que eso suceda, pero también responsabilidades y hasta culpas.
Porque en muchos momentos la impaciencia y el enojo y la intolerancia fueron exacerbados alevosamente para sacar tajada electoral.
Y eso, en algún momento, se paga. Casi como demoler una casa es más rápido que construirla, generar una gran bronca cuesta mucho menos que desandarla.
Lo grave es casi en ningún orden de la vida, la impaciencia resulta buena consejera si se quiere obtener algún resultado positivo.
Mucho más si se trata de revertir desbarajustes sociales, económicos y culturales que llevan décadas descalabrándose…
Baile de ciegos en el Club Argentino
Después de la foto “casi casual” del intendente Héctor Gay y el futuro legislador provincial Lorenzo Natali en Villa Bordeu, la segunda acción de campaña de “Juntos” a nivel regional fue una extraña visita de Elisa Carrió, dirigida sólo a invitados especiales y medios de comunicación que no vayan a resultar muy incómodos, con preguntas del tipo “se acuerda las cosas que decía usted de Mauricio Macri” y cosas por el estilo…
En defensa de los organizadores locales, hay que decir que lo mismo suele suceder cada vez que la abogada chaqueña sale al interior: argumentan que tantos cuidados son la única manera de intentar resguardar y controlar un cada vez más largo repertorio de manías, obsesiones y adicciones, sólo disimulado por ciertas lealtades que la fundadora del ARI mantiene en determinados círculos áulicos.
Fue uno de los invitados a la disertación que “Lilita” ofreció en el Club Argentino el que definió al momento como “un baile de ciegos”.
“Por un rato bailaron todos abrazados unos cuantos que, se nota a la legua, que no se pueden ni ver”, agregó por si hacía falta.
Entre ellos, el senador Andrés De Leo, que se cuelga del vestido de su mentora con la ilusión de que no se rompa antes de tiempo, para ver si alguna maniobra rocambolesca lo deja bien posicionado de cara al 2023 para así, tener alguna chance de pelear por una intendencia a la que sabe que por vías naturales le sería imposible llegar.
También el ya mencionado Lorenzo Natali, cara visible local de Facundo Manes, a quien Carrió detesta con toda su alma o Fernando Compagnoni, quien, en cada esfuerzo por tratar de hacer ver que la derrota no dolió, en realidad, consigue todo lo contrario.
Sólo la ilusión por una victoria contundente que les permita ingresar la mayor cantidad posible de legisladores y concejales, parece mantenerlos haciéndole transitorio honor al nombre de su frente: “Juntos”.
Si lo consiguen, es muy probable que más temprano que tarde, todo estalle por los aires, porque el “neurocientífico” tiene proyecto propio; dentro del radicalismo hay otros proyectos propios que planean usar los votos del efecto Manes y después sacárselo de encima o correrlo a un lado y el “macrismo” tiene todavía que resolver si se reformula sin Macri y apuesta por el tándem Rodríguez Larreta-Vidal o queda en manos de una ala más dura encarnada por el ex presidente y Patricia Bullrich.
Por lo pronto, los equipos de comunicación amarillos ya hicieron algo que, al mismo tiempo, demuestra el pragmatismo que le adjudican al actual jefe de gobierno porteño, un tipo cuya única ideología es hacer y decir lo que haga falta para tratar de ganar.
La fotografía de Facundo Manes será igual de grande y preponderante que la de Diego Santilli en toda la gráfica de campaña.
Como sea, están decididos a lograr que todos los que votaron al médico en la creencia de que al hacerlo no tomaban partido por ninguno de los dos lados de “La Grieta”, vuelvan a hacerlo sin ponerse a pensar si con eso, en realidad, no están dándole algo de oxígeno a uno de los antagonismos que pretendieron desterrar.
Sabido es que Emilio Monzó, uno de los estrategas del proyecto que encabeza un personaje que a muchos les parece una cruza entre un divulgador de la ciencia y un predicador de la autoayuda, mantiene muy aceitadas relaciones con dirigentes de nuestra región, de distintas extracciones y procedencias.
Uno de ellos, ex legislador provincial, reconoció que todavía no está muy claro hasta donde le van a poner el cuerpo a esta campaña, toda vez que el objetivo inicial de instalar a Manes como “presidenciable” ya está cumplido y una victoria aún más amplia de un proyecto diseñado por Larreta podría darle una fortaleza tal que termine resultando más complicado enfrentarlo en un par de años.
Eso mismo tiene un correlato local si por caso, el nombre de Adrián Jouglard queda asociado a un porcentaje que supere al 50 por ciento de los votos y se anota en forma automática para aspirar a una sucesión de Héctor Gay, ungido por los mismos que urdieron la jugada que desembocó en estos ocho años de intendencia.
Y es que, en efecto y en el corto plazo, las mayores incertidumbres del oficialismo bahiense parecieran estar puertas adentro y para nada en relación a su relación con el kirchnerismo, todavía demasiado abocado a encontrar motivos para explicar el papelón de septiembre y, de ser posible, adjudicando culpas a factores siempre externos y nunca propios.
Y es que, según el criterio de quienes fijan los criterios de la campaña, la posibilidad de alcanzar un porcentaje que les permita ingresar cuatro concejales en lugar de tres, dependerá casi exclusivamente de una mejora generalizada de todos los tramos de la lista que permita descontar los puntos necesarios para que el sindicalista Miguel Agüero pueda acceder a una banca.
Con todo, si algo bueno pudiera dejar este mes que resta hasta que se vote, sería ejercitar la capacidad de intentar cambiar la jactancia de efectuar vaticinios por la responsabilidad de plantear interrogantes.
Unos y otros, tanto las predicciones como las preguntas, tendrán inexorablemente respuesta a partir de la misma noche de las elecciones.
También en eso, a fuerza de muchas decepciones (y sapos de la más variada forma y color, indigestados) la sociedad parece haberle ganado la delantera a sus representantes y a sus voceros.
Y dentro de la poca credibilidad que les otorga en casi todos los aspectos, esa confianza se torna casi nula cuando se trata de tomar como factibles el cumplimiento de sus profecías.