Una sociedad entre la apatía y la resignación

Salvo que en las próximas tres semanas los argentinos se vean sometidos a una tormenta perfecta de creatividad, compromiso y convicciones, la campaña electoral rumbo a las PASO transcurre con mensajes políticos que se fagocitan unos a otros, mientras a uno y otro lado de su devenir, la mayor parte de la sociedad los mira de lejos, entre la apatía y la resignación.

Apatía porque siente que todo aquello de los que le hablan no sirve ni tiene que ver con sus necesidades y problemas reales.

Resignación porque es siempre lo mismo y no sólo no cambia para bien, si no que empeora y lleva al solidificar el convencimiento de que nunca nada bueno podrá venir por ese lado.

La nueva normalidad de los políticos puestos a cazar votos como sea, los lleva a hacer a todos cosas muy parecidas.

“Berretización” se escribió en este mismo espacio hace una semana y uno de tantos lectores que no reconocería leerlo en determinados ámbitos y, sin embargo, lo estudia de memoria, sugirió una definición que no implica forzar ningún neologismo: “pauperización”.

Esto es hacer que algo sea cada vez más pobre.

En efecto, no hace falta ser un observador demasiado agudo para darse cuenta que salvo tratar de presentarse como iguales a sus votantes, no hay otros recursos y los mensajes son cada vez más vacíos, raquíticos, insustanciales.

Pobres de toda pobreza. Insultantes y hasta desconsiderados para lo que debería entenderse como un mínimo respeto por un electorado o, más importante, una cuota básica de voluntad por elevar la vara aunque sea un poquito.

¿Creerán que tener muchos nietos es razón suficiente para captar voluntades? ¿”Garpará” ponerse a bailar pachanga y eso sí, subir el videíto a las redes sociales porque con eso alcanza para que no te vean tanto como un “garca” consuetudinario? ¿Caerá bien cantar una de esas que “sabemos todos aunque no pegues una nota para que alguien diga: “mirá: éste desafina más que yo, así que lo voy a votar”? ¿Servirá plantarse una vez más como si fueras a ser presidente de la nación, gobernador o intendente, cuando en realidad no serás más que uno más en un recinto con decenas de otros pares?

Visto esto, tal vez la apatía no sea más que un mecanismo de autodefensa y la resignación una reacción madura y civilizada ante un ultraje repetido y cansador que, en otras etapas de la historia de la humanidad, hubiera desencadenado incluso en una respuesta violenta.

Tampoco el periodismo político, sometido sin un gramo de rebeldía a las reglas que le pautan desde la política, logra marcar alguna diferencia y sigue diciendo más por lo que calla que por lo que pregunta.

De las visitas de los cabezas de lista con más aspiraciones a la ciudad queda como saldo destacable la lista de bares y restaurantes recorridos con puntualidad o la ascética prolijidad de un acto transmitido por streaming, que no superó, en su momento de mayor rating, los cuarenta conectados.

¿De Guatemala a “Guatepeor”?

Si un analista político extranjero llegara a la ciudad y observara el panorama, ante el nivel de enojo y contrariedad imperante contra las dos fuerzas mayoritarias en el último sexenio, podría casi, como primera hipótesis de su evaluación, imaginar que lo que se avecina casi como una consecuencia inevitable debería ser una migración aluvional ante nuevas opciones, no contaminadas por la podredumbre de la política tradicional.

Pero todos sus años de universidad se le quemarían al ver que, por ejemplo, la primera mujer candidata de una de las opciones vecinales, no vaciló en sacarse una fotografía con Larreta y Santilli, como si se tratara de dos artistas consagrados y asegurarles sin ponerse colorada que “ella no sabía porque se había metido a postularse” en un armado supuestamente montado a partir de una genuina decepción con la política tradicional y que “seguro que los iba a votar a ellos dos y nunca a los K”.

El tema es que a esta empresaria de turismo, devenida en vendedora de café, y por eso, presentada como un “ejemplo de resiliencia ante el desmanejo de la pandemia”, también la unen lazos de muchos años con Lorenzo Natali, quien durante años, en tiempos de gran auge de “Bienvenidos” ensayó puntual una PNT (Publicidad no tradicional) para promocionar las ofertas de sus agencia viajes.

Y ya que estamos con el inefable conductor de “De Shopping”, quien “allá lejos y hace tiempo” cuando recién habían cerrado las listas, aparecía como la noticia más novedosa dentro de la chatura de siempre, hubo quienes vieron en él una suerte de cuña, capaz de hacer tambalear la preponderancia amarilla de los últimos seis años y ahora se sienten preocupados porque la cosa por ese lado no parecería marchar como se esperaba.

Por un lado, desde los medios digitados por la publicidad municipal, es obvio que no le dan ni un poquito de espacio para que desempolve su guitarra, salvo lo mínimo indispensable para guardar las formas por el hecho que una “celebridad del Pago Chico”, sacudiera un poquito el tablero.

Seguramente cuando le vuelvan a dar un lugarcito será en esas horas más cercanas a la elección, cuando ya todo sea un barro pegajoso y lo que pueda decirse, así sea lo más tremendo del mundo, no logrará despegarse de la gelatina.

El tema es que no queda claro si hay otro lado, porque no parece hasta aquí haber tampoco demasiada voluntad de desatar a Natali de lo que pueda significar ir adherido a la suerte de Facundo Manes, quien no parecería estar logrando hasta aquí el sacudón de las estructuras que algunos vaticinaron en un principio.

Igualmente todo es tan cambiante, que lo más aconsejable es nunca sacar conclusiones demasiado firmes en nada, no sea cosa que aparezca una fotografía de cualquier cosa non sancta y haya que barajar y dar de nuevo.

Y los resultados que pueda obtener el tándem Manes-Natali en la Sexta Sección no son la excepción a esta cuota de prudencia.

Por lo pronto, a nivel local, está claro que muy poquito, casi nada, del radicalismo bahiense juega para su candidatura y, lo más curioso, ya casi ni se disimula, por no decir que lo muestra abiertamente y sin pudor.

Como, si la condición de llovido del cielo del animador radial, les hubiera venido de perillas para justificar que, moralmente, no les corresponde trabajar por alguien que “vino a sacarles un lugar que creían propio” y “encima puesto a dedo” por un peronista.

Lo cierto es que esta “excusa perfecta” alcanza para que el otrora orgullo más que centenario del partido de Alem e Yrigoyen, desmoronado a la condición de casi un sello de goma a partir de su sometimiento al macrismo, ahora se haya sincerado no ya como una agencia colocadora de empleos, si no de mero mantenimiento de aquellos ya acomodados en algún puestito, tales los casos de Emiliano Álvarez Porte, Silvina Cabirón; la “pyme” del Hospital Municipal, gerenciada por Facundo Arnaudo y Gustavó Carestía y por supuesto, el ex “maxiabadista” de la primera hora, Federico Tucat, por lejos, varias cabezas por delante (¿o por debajo?) del resto en el penoso arte de arrastrarse por un sueldo y entregar lo que haga falta, con tal no quedar afuera.

Esta tormenta de indignidades, no debería llamar la atención: hace tiempo que, de los tantas veces declamados “valores” de Illia o Alfonsín, sólo quedan los cuadros colgados en el comité ya que ahora, la flexibilidad de principios de la “nueva política” admite claudicaciones de todo tipo con tal de sobrevivir.

Quizás no estaría mal preguntarse si tanta necesidad de andar besando manos ajenas es consecuencia o quizás pueda ser la causa.

Pero un análisis tan sesudo tal vez sea demasiado pedir cuando “hacer política” parece reducido a un spot de 12 segundos al que hay que ponerle algo que evite que, quien se tope con él, apriete la opción “omitir anuncio” sin el menor remordimiento.

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