Abusos de un Falso Mecanismo de Participación Mediática
En realidad, una Internet y una radio, codiciosas de audiencia, han abierto las puertas a la permisividad más estéril y dañina. Como se trata de que “la gente” (trillada e indefinida entelequia, lo mismo que “el campo”: ¿Qué es “la gente”? ¿Quién es “el campo”?), pueda “participar” (otra palabra que vaciada de contenido es, en sí misma, un lugar común), muchos controles desaparecieron para varios medios culposos e inmersos en un relativismo moral.
Prácticamente se puede decir cualquier cosa de cualquiera y sobre cualquier tema. Todo vale con tal de sumar un comentario más. Un espectador, dar sensación de audiencia elevada
Así, una patrulla airada de eclécticos comentaristas siembra su cuota diaria de ponzoña e inmundicia en distintos sitios y programas. Son algo así como “caceroleros” electrónicos. Sólo que, para estos menesteres, se autodenominan de modo pomposo: son “foristas”.
Creen en un sacrosanto derecho: el de ellos a opinar sobre lo que se les antoje, siempre amparados en la condición de no decir nunca quiénes son, dónde viven o a que se dedican.
Si bien es cierto que en determinados casos, algunos de ellos argumentan con ideas, razonan con civilidad y hasta con cierta gracia, en otros, una irreductible banda de violentos morales e intolerantes amenaza con los clásicos “a ver si se animan a publicar esto que muchos saben pero nadie se atreve a decir”.
No son ciudadanos porque no quieren serlo. Prefieren ponerse nombres estrambóticos o falsos. Cualquiera que frecuente un determinado “foro” con regularidad podrá comprobar que en ellos hay abonados impunes que responden a denominaciones ridículas. Los imagino levantados temprano por las mañanas o sin poder conciliar el sueño por las madrugadas, dedicados a hurgar en la red y, como malos cirujas, resentidos y trasnochados, romper las bolsas de residuos y dejar su basura desperdigada.
Eso sí, los más exquisitos pretenden explicar su proverbial anonimato en un supuesto temor a presuntas “represalias”. Es decir que se comportan como encapuchados electrónicos. Lo más grave es que sitios muy importantes, parecieran estar entregados, atados de pies y manos al pulso que les marcan sus visitantes. Caen en ese facilismo antes que acatar elementales normas de responsabilidad civil y convivencia.
Todavía nadie logró responder por qué la mayoría de los diarios sólo publican cartas de lectores cuya procedencia está acreditada en modo fehaciente, mientras que muchas radios o periódicos “web” carecen de cualquier tipo de control o filtro. Primero indigna y luego agota escuchar por radio o por televisión a los “Tito del Centro”, las “María de Villa Amaducci” o los “Pedro de Tiro Federal” que, levantan el teléfono y aún sin insultar, no se animan a decir quienes son en realidad. Siquiera para denunciar que hay un bache en la esquina de su casa o un caño roto en la otra cuadra. Acaso sea otro síntoma de la profunda escualidez ciudadana que padecemos. De nuestras ganas de patalear, pero sin que se sepa quienes somos, de nuestra inveterada tendencia a exigir que se respeten nuestros derechos pero, eso sí, sin jamás ponerle el cuerpo a los deberes.
Igualados por una vez a un mismo lado del mostrador, periodistas y políticos, ejercen cada uno en lo suyo un oficio vulnerable y desparejo, que en ocasiones hasta puede ser practicado con mediocridad, pereza o mala intención, pero en último análisis, los primeros deben certificar fuentes o atribuir a alguien lo que dicen y los segundos, “poner la cara” en afiches o ante cámaras y micrófonos implacables que, eso sí, en ambos casos, los obliga a ponerle el cuerpo a sus posturas. ¿Es justo que algunos deban dar la cara, mientras que cobardes vengadores se escuden en su supuesto derecho a proferir maledicencias sin asumir su propia identidad?
Si de buscar esperanzas se trata, es posible que la reciente aprobación de una nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual impulsada por el Poder Ejecutivo, permita en un futuro no muy lejano analizar con seriedad, algunos de estos temas y buscar soluciones. Por eso, es muy necesario que toda la sociedad se involucre en el conocimiento y no esquive el debate en torno al contenido del proyecto de marras.
A fin de cuentas, la ansiada redistribución de la riqueza, sólo tendrá mayor solidez si, a la par, resulta acompañada por una más sana distribución de la palabra pública. La posibilidad de los ciudadanos “en serio” para hablar y para ser escuchados es uno de los principales derechos que se deben resguardar y garantizar en régimen de gobierno democrático, y una nueva legislación al respecto será decisiva para garantizar un ejercicio más pleno y responsable de ese derecho, cercenado hoy tanto por la extrema concentración existente en la propiedad de los medios masivos de comunicación como por la total carencia de reglas claras que fijen normas, por caso, para los nuevos soportes surgidos en forma vertiginosa, sin que existiera un marco legal que los contuviera y condujera.
Y si se trata de contagiar valentía y confianza para que nadie tenga miedo de decir lo que piensa al mismo tiempo que se hace responsable por las connotaciones de ese derecho, habrá que revalorizar el rol de de los medios públicos.
Resulta notable el avance en calidad y en significación social que éstos (menciono el canal de cable “Encuentro” o la programación de Canal 7, ahora denominado “TV Pública”) han adquirido en los últimos tiempos, al forjar cada vez más relación con organizaciones intermedias, movimientos sociales, expresiones diversas de la sociedad civil y de la actividad artística, y con una decidida apertura a la realidad latinoamericana en la que estamos insertos.
Mientras tanto, y de regreso a cuanto pueden llegar a influir lo que se diga en los “foros de opinión” entre los argumentos a considerar a la hora de emitir un voto o aumentar “la imagen positiva” o negativa de determinado dirigente o funcionario, a quienes creen que pueden hacer campaña a favor o en contra de determinada propuesta escudados en un pseudónimo y una falsa cuenta de correo electrónico quizás les convenga darse cuenta que de nada servirá seguir echándole la culpa a los demás, mientras en la Argentina no seamos más los que damos la cara y asumimos nuestra identidad y tengamos la claridad para discernir que aquellas palabras que, por más impactantes que pueden sonar, no tienen un responsable que las avale, nunca jamás deben ser tenidas en cuenta.
Enviado a Solo Local por el Sr. Gustavo Mandará, 38 años, DNI 22.049495, delegado autoridad AFSCA, , Autoridad Federal Servicios Comunicación Audiovisual.
Fuente foto: http://www.muyinternet.com/wp-content/uploads/2009/08/anonimo.jpg
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