(Editorial) – Imaginando que los electores de Bahía Blanca somos ingenuos votantes, a los que se lleva de la nariz como si nos faltara el discernimiento, el ministro de Planificación Federal Julio De Vido ofreció un bochornoso espectáculo hoy, mientras hacía campaña electoral con fondos del gobierno. Trasladándose junto a una numerosa comitiva, que pagamos todos, el funcionario prometió obras a cambio del voto popular. Detrás suyo, banderas de los gremios fieles al gobierno de turno, vitoreaban al ministro, que estuvo acompañado por el intendente municipal Cristian Breitenstein y su padrino político, Dámaso Larraburu. Este último, aunque no lo veamos, siempre está, claro que dista mucho de ser el sol. Con estos testigos, y otros que lo acompañaron, ante cada problema que se le expuso, el ministro manifestó tener la respuesta: “Eso lo haremos”, “de eso nos ocuparemos”, “sabemos que eso es importante”, “ya veremos cómo hacerlo” y ensayos por el estilo.
Los cables informativos, confusos, manejaban distintas cifras con relación al bondadoso De Vido, quien cuan Papá Noel primero habría prometido 1000 millones de pesos en obras para Bahía, luego 400, más tarde 350 y finalmente cerraron en 320, como si se tratara de una cotización. Total, millones más, millones menos, si de prometer se trata, cualquier cifra es buena a la hora de buscar votos. El intendente, más cerca de la Unión Pro en pensamiento y obra (no declarada), se sumó al discurso kirchnerista y dijo que el trabajo conjunto entre el Gobierno Nacional, provincial y municipal (es decir el de los Kirchner, Scioli y él mismo) posibilitó «quintuplicar en tres años lo que en 25 se había logrado». La cosa no terminó ahí. Cuando los camarógrafos de la TV local quisieron acomodar sus equipos para filmar al ministro, al séquito de sus “asesores de prensa” o como se llamen, no les gustó demasiado la ubicación de nuestros reporteros. La cosa empezó con tono subido y terminó a los empujones. Justo cuando el asunto pasaba a mayores, saltó como eyectado un preocupadísimo Larraburu, para intermediar en la tensa situación y calmar los ánimos de los foráneos prepotentes. Los rostros del resto lo decían todo; ¿cómo pasó algo así?, parecían preguntarse, sin comprender que el oportunismo político tiene su costo.
Debe estar conectado para enviar un comentario.