(Notas de Usuarios) – Si se escarba hasta los primeros principios en el escándalo del COPROTUR se encontrará que todo el asunto tiene su origen en una situación hasta no hace mucho inédita en la política local: una guerra todavía (y sólo por ahora) relativamente velada entre el intendente en uso de licencia, Cristian Breitenstein y Dámaso Larraburu, quien fue su jefe político hasta que decidió sumarse al gabinete de Daniel Scioli. El estallido de la noticia a partir del irreversible suministro de la información a los concejales de la oposición fue la avanzada más audaz del actual titular de la Liga del Sur en procura de hundir definitivamente cualquier posibilidad del Ministro de la Producción de regresar alguna vez a la ciudad, sea para retomar el cargo para el que fue elegido o como una figura política de cierto peso, esto dicho sin alusiones anatómicas de ningún tipo. “Dámaso le sacó la espoleta a la granada, pero todavía tiene el seguro aprisionado con el dedo. Nadie sabe muy bien porque no la tiró. Algo pasó que lo hico retroceder en su decisión de hacer volar al ‘Gordo’ en mil pedazos”, le reveló a quien escribe una fuente muy (pero muy) allegada al bloque de concejales oficialistas, donde por estas horas se viven presiones y angustias que muchos comparan con las que rodean al atribulado River Plate. Y con esa revelación no me dejó más remedio que volver, después de algunos meses, a escribir…
“Lo que está claro que la espoleta no se puede volver a poner en su agujero nunca más… ¿me entendés lo que te quiero decir, Santiago?”, inquirió el informante.
Dije que sí, pero sin estar en un principio del todo seguro. Luego con el correr de la charla no me quedaron dudas que con seguridad se refería a que nada volverá a ser lo mismo entre Cristian y su mentor.
“Te digo más… si la oposición se hubiese apurado a ir a fondo un par de semanas antes de lo que lo intentó, seguro que contaba con los votos de casi todo el oficialismo para conformar la comisión que quisieran. La suerte estaba echada…”, aseguró.
Me debe haber visto cara de no creer demasiado, como le sucede a la mayoría de los que intentan mirar un poco más allá de una lluvia de escandalosas e impresentables boletas por cifras exorbitantes y motivos impresentables.
“¿Te acordás cuando Bevilacqua llamó un lunes a los concejales y les puso a su secretario a disposición para que pidieran toda la información que quisieran? Bueno, ese día la decisión estaba tomada. Jamás el interino da un paso sin consultar con Dámaso. Te diría que ni se atreve a decir una palabra si no tiene su visto bueno”, indicó.
Tuve que hacer un esfuerzo por acomodar las fechas en mi memoria. Al jueves siguiente de esa reunión en la intendencia, fracasó el primer intento de votar una comisión “ad hoc” propiciada por Integración Ciudadana ante la negativa de Manuel Mendoza a apoyarla, pero ya entonces no se contaba con los votos del oficialismo…
Corroboré los datos con mi interlocutor y llegué a una primera conclusión: “Entonces ¿pasó algo entre ese lunes y ese jueves que obligó a Larraburu a frenar la marcha de las cosas?”, pregunté.
“Exacto. Algo pasó y aunque no sabemos bien el cómo, si sabemos el qué: Breitenstein le torció el brazo a Larraburu y lo frenó en seco”, dijo y remarcó la última parte de su revelación como si se tratase de un dato digno de erizar la piel de quien lo recibiera.
Debo confesar que lo primero que se me cruzó por la mente fue la representación de uno de esos muñecos que utilizan en vehículos comandados a control remoto para las simulaciones de los accidentes de tránsito, con la cara del pobre Bevilacqua, a quien lo pusieron al volante, lo hicieron acelerar a 160 y de repente, en una milésima de segundo, lo detuvieron sin contemplaciones.
Creo que me sonreí un poco al imaginarlo desbaratado por el cimbronazo, sacudiéndose en cámara lenta al borde de un desmembramiento provocado por la caótica convergencia de centrífugas y centrípetas sobre su pobre humanidad.
Sin demasiadas esperanzas, disparé la pregunta que caía de madura: “¿Y qué puede haber sucedido para semejante viraje? La verdad es que encima de ser interino, el intendente quedó bastante desdibujado, porque, más allá de ante quien responda, ante la sociedad la idea que queda es que a él responden los concejales de un bloque”.
Como primera respuesta, recibí un claro gesto, mezcla exacta entre el asentimiento y la incertidumbre. Las palabras que lo siguieron no aportaron demasiado más.
“No lo sabemos. Es evidente que algo o alguien o las dos cosas juntas, le hicieron cambiar de planes a Dámaso, pero no te puedo dar más que versiones y rumores sobre qué o quién pudo haber sido”, deslizó
Le pedí que sólo se atuviera a decirme lo que para él fuese irrefutable. Los dimes y diretes no son mi costumbre…
“Lo que es cierto es que yo escuché de boca del propio Mandolesi que la decisión que de ahí en adelante y hasta alguna nueva directiva, era no votar ninguna comisión de nada, digan lo que digan y vociferen lo que vociferen desde la oposición. Y que la orden le había bajado directamente de Cristian”, confesó.
Intenté una rápida reconstrucción mental de la posible escena y surgió con claridad la imagen de “Rafa” Morini, devenido en mano derecha de Larraburu y, por ende, algo así como su emisario más directo en el Concejo.
“¿Dijo algo en contrario ese muchacho?”, pregunté.
“Nada de nada. Más bien, te diría que hasta mostró una parquedad deliberada. A diferencia del día de la desafortunada comparecencia de Paladino, en que, lo vi con mis propios ojos, hasta tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le notase la satisfacción por el curso inexorable que parecían tomar los hechos ante lo que prácticamente fue una autoincriminación”, comparó.
Se produjo un silencio tan breve como desconcertante. Por un momento, temí que se notara el gusto a poco que me estaba dejando mi interlocutor y no quise ser descortés.
“¿Otro café?”, invité.
Me agradeció pero declinó. Para mi tranquilidad (y la de mi maltrecha billetera que suele crujir ante los carísimos cafés de Sottovento) me dijo que ya se tenía que ir, pero que antes quería decirme aquello que más lo inquietaba.
“Soy todo oídos”, expresé, sin sonrojarme ni siquiera un poco por el lugar común.
“Como te darás cuenta, la situación dentro del bloque venía irrespirable, porque hasta que Mandolesi bajó la línea clara, se creía que iba a primar nomás aquello de la libertad de conciencia insinuado por Bevilacqua , con todo el desgaste anímico que ello hubiera significado y con Morini, que representa al quetejedi, casi vociferando que él creía que había que votar a favor de investigar a fondo”, describió.
Asentí, como para darle fluidez a lo que parecía ser una semblanza.
“La cuestión es que en una de las reuniones chicas, sin Morini presente, una de las mujeres hizo la pregunta del millón: ¿Y Dámaso qué dice de todo esto? ¿Y sabés que le respondió Santiago (Mandolesi Burgos)?”, me interrogó, como si supusiera que uno anda por la vida sin mejor programa mental que suponer los corrillos internos del bloque FPV-PJ.
Por suerte me evitó la situación incómoda de tener que responderle que no y siguió sólo.
“Dijo que Cristian le había dicho que se quedara tranquilo por que quien mandaba era él y que Larraburu huele a flores”, disparó.
Debo reconocer que consiguió despertar mi atención por completo.
“¿Huele a flores?”, sugerí.
“Sí, huele a flores, desde lo político, claro está. Lo curioso es que exactamente la misma expresión en forma textual usó Guillermo Quevedo, citando a Iván Budassi, al parecer y según sus palabras, devenido en una de las espadas del armado sciolista pensando en 2013 y 2015”, me aclaró.
“¿Larraburu huele a flores. La verdad es que suena un poco fuerte, tratándose de quien se trata”, agregué.
“Puede ser—reconoció—pero si te gusta moverte en base a datos de la realidad, respondete esta pregunta: Más allá de todo lo que se ha dicho y escrito y las palabras que aún se van a decir y los ríos de tinta que van a correr ¿Quién demostró más poder real qué nadie hasta ahora con todo este asunto?”.
Prácticamente, sentí que me desafiaba y lo peor es que empecé a repasar actores y no pude llegar a una respuesta por las mías antes de que él me la diera: Cristian Breitenstein.
“¿Estás seguro?—le retruqué—Mirá que con el enojo que hay, no sé que pasaría si, por ejemplo, lo vieran a Cristian en un restaurante…”
“No te confundas. Eso es imagen y está claro que perdió bastante. Lo sabe muy bien porque mandó a hacer una de las encuestas más grandes en cantidad de casos que jamás se hicieron y los resultados le cantaron una pronunciada caída libre en su consideración… tanto que los mantuvo cerrados bajo siete llaves”, corrigió.
Con mi mente al límite de su modesta capacidad operativa, casi musité una corroboración a esa última observación: “Si le hubieran dado bien, los medios que todavía le responden los hubieran pasado por pan y huevo”.
“Y eso, justamente, es poder real, algo que edificó en seis años como intendente, aún por encima de lo que muchos, empezando por el propio Dámaso, creyeron”, aseguró.
“¿También es poder real que diez concejales se atrincheren, se dejen llenar la cara de dedos por los discursos de la oposición y a la hora de votar hagan valer la prepotencia del número para sostener que un gato es liebre sin que se les mueva un pelo?”, insistí.
“¿Te cabe alguna duda?”, contraatacó.
No pude decir nada. Tan solo entregarme con dignidad para recibir un golpe de nocaut…
“Cómo también es poder real que haga un mes que no se habla de otra cosa en la ciudad y ningún medio se atreva a tomar el toro por las astas y, por ejemplo, pedirle una nota a Breitenstein para que hable del asunto de una buena vez y dé explicaciones. Indudablemente, de no mediar alguna o mucha protección, hasta una guardia en la puerta de Bosque Alto deberían haber hecho los movileros para tratar de sacarle alguna palabra o difundir su negativa a hablar. Sin embargo, el tipo sigue mandando noticias enlatadas desde La Plata sobre su actividad ministerial y acá se las pasan por televisión abierta y se las publican sin decir ni pío sobre el COPROTUR”, detalló.
Abrumado por la contundencia del razonamiento, me atreví a esbozar un último aporte en ese sentido.
“Entonces, el más real de todos los poderes de Breitenstein viene a ser eso que no sabemos qué fue pero que sucedió entre el lunes en el que Bevilacqua convocó a los concejales a su despacho para ponerles a su secretario privado a disposición y el primer jueves en que el oficialismo no apoyó la comisión ad hoc y le hizo levantar el pie del acelerador a Larraburu y, por ende, a la oposición que si o si contaba con algunos votos del FpV, pedaleando en el aire”, sugerí.
Piadoso, mi informante apretó los labios y movió su cabeza en forma afirmativa con vehemencia.
En medio de la confusión que me dejó, no recuerdo con exactitud las palabras de la despedida, si es que las hubo.
Eso sí, mientras esperaba la cuenta —que en ese restó suele tardar bastante—y me preguntaba hasta donde podría hacerse valer eso que instantes antes me describieron en modo descarnado como “poder real”, si la oposición no guardaría alguna carta decisiva para jugar o si la Justicia no tendrá todavía algo por decir ante las pruebas por ellos aportadas, sentí el aire impregnado por un inconfundible aroma floral.
Juro que, dado que es habitué del local, creí que Dámaso Larraburu podía haber llegado al local.
Aunque jamás crucé una palabra con él y no creo siquiera que me registre, sentí cierto alivio al ver a pocos metros a una de las mozas con un aerosol renovador de ambiente…
