Una Postal de «Larraburulandia»

postallarraburu(Notas de Usuarios) – Hace pocos días, mientras esperaba el colectivo en una parada del centro, una mujer miró el cartel anaranjado cercano y casi como para sacar tema con sus camaradas de suplicio, primero leyó lo que decía debajo de la foto de Cristian Breitenstein y luego murmuró: “Yo creo en vos… Caradura… No tenés vergüenza. Nos hiciste votarte y ahora te vas”. “¿Ese que está ahí es el intendente?”—recogió el guante otra—“Fíjese que vengo casi siempre a esta parada y no me había dado cuenta. Pensé que era Gay, el periodista de canal 9. ¿El intendente no está más canoso?”, preguntó. “Y bastante más gordo”, se sumó un tercero recién llegado. “Pero así es la publicidad. Nos hace ver a alguien como no es”, sentenció de un plumazo. Testigo circunstancial de esa ocasional conversación que derivó en ninguna parte, el viaje con sauna incluido (beneficio extra de la Tarjeta Urbana que hasta ahora, hay que admitirlo, funciona bastante mejor que lo que muchos vaticinaron) me calentó la cabeza lo suficiente como para primero ponerme a averiguar y luego sentarme a escribir sobre lo que está pasando o ha pasado, y no se cuenta o no se contó como se debería, en casi ninguna parte. Para empezar a desenrollar la madeja la confusión entre Breitenstein y Héctor Gay no es un dato ni menor ni casual. Sin anestesia: a cambio de una millonaria pauta publicitaria canalizada a través de Rex Publicidad, una muy buena parte de la recientemente dilapidada popularidad del primero pudo cimentarse en la constante labor del segundo, sea como sutil vocero oficial de aquello que puede sonar bien a oídos del bahiense promedio tanto como discreto censor solapado de lo que no. La verdad es que a Gay, como a varios beneficiarios del sistema, le cayó bastante mal la noticia de la ida del intendente. Todavía no entiende porque si a sus ojos y a sus bolsillos, la cosa venía funcionando bastante bien, hubo que ponerlo en riesgo todo con semejante jugada. Pero, eficiente y estratégicamente funcional a un sistema que tuvo que activar un operativo de emergencia ante la nueva situación, tragó saliva y se dispuso a cumplir su parte como uno de los principales canales conductores del aluvión de bronca generalizada, hasta que, según los estrategas, el enojo drene y pueda diluirse en el mar del “todo pasa”.

Lo mismo aplica para los gerentes de los canales de TV por aire, junto con la mañana de LU2 y aún muy por encima de la real injerencia del diario LNP, el trípode en el que se sustenta la estrategia comunicacional del municipio.

Aún con todos esos resortes a favor, hay que decir que las cosas no salieron como quienes tal vez un poco cebados se llegaron a creer en condiciones de mover como se mejor se les antojara los hilos del poder. Desde la producción de varios programas radiales prolijamente pautados para contener mareas inesperadas se reconoció que el “nivel de puteadas” en los contestadores superó todas las previsiones, tanto como para situarse a resguardo de cualquier sospecha de operación. “Nadie en la oposición está en condiciones de provocar semejante aluvión de llamados y la verdad es que los filtramos y no pasamos a todos, pero no pudimos evitar pasar algunos porque hubiera sido demasiado obvio. Esto cayó realmente mal”, reconoció con voz musical una productora y periodista, por supuesto joven de edad pero lo suficientemente experta como para evaluar un caso así. Ni siquiera el reciente fracaso numérico de una marcha convocada a través de redes sociales para repudiar la decisión de Breitenstein alcanzó para revertir la sensación.

Es que los enojados son muchos más de los que se pensó, la mayoría de ellos del mismo sector medio con el que el ahora licenciado intendente, dinamitó su prestigio con esta decisión. De allí que desde el puente de mando del oficialismo bahiense mandaran a cuidarse muy bien de batir demasiado el parche con la escasa participación en el acto como una cucarda, no sea cosa que la ostentación termine actuando como un boomerang y, en verdad, terminen juntando 1500 personas en la calle dando la vuelta a la plaza Rivadavia, lo que, por lo menos, hubiera hecho aún más traumático el objetivo de una instalación de Gustavo Bevilacqua como nuevo gerente de los mismos intereses a los que sirvió Breitenstein.

La génesis de la huída

Si bien la idea le rondaba desde hace mucho, Breitenstein decidió que aprovecharía la primera oportunidad de alguna salida más o menos elegante de la intendencia que se le pusiera al alcance, la noche misma del último cierre de listas de cara a la interna del pasado 14 de agosto.

En aquella ocasión, lejana para la memoria popular, Larraburu le demostró  una vez más que no era su socio sino su jefe y lo dejó con las manos vacías: la prima Diana y ninguno de sus ahora colaboradores Gustavo Weyland, Andrés Ombrosi o Sergio Palladino, como senadora y Bevilacqua como primer concejal y por ende sucesor ante cualquier eventualidad.

A decir verdad el propio Larraburu se veía venir que en algún momento Breitenstein se iba a querer ir y por eso, esta vez, optó por no correr riesgos como en 2009 cuando tuvo que transigir con Iván Budassi como primer legislador provincial y Guillermo Quevedo como primer concejal, dos designaciones de nulo rédito político.

Claro que de haber podido manejar los tiempos hubiera preferido que lo que está pasando ahora, sucediera dentro de dos años, por lo menos, cuando tal vez costase menos presentarlo. Por el lado de Breitenstein lo que hubo fue un balance entre males menores, con fallo de cálculos incluido.

La posibilidad de ser ministro, que él mismo gestionó y obtuvo aprovechando la escasez de recurso humano propio y más o menos leal que rodea a un gobernador jaqueado por el poder nacional se le presentó ahora y ante la perspectiva que de aquí a dos años no se lo pudieran asegurar, prefirió dar el salto en estas precarias condiciones.

En el corto plazo, el sistema intentará presentar cada paso que dé como una hazaña en procura de defender y potenciar los intereses bahienses. Será una forma de ganar tiempo para, mientras tanto, intentar ir fortaleciendo con mucho marketing (según algunos dicen hasta en la tonalidad capilar a utilizar en procura de acentuar cierto parecido con el cantante Ricardo Montaner) la endeble figura de un Bevilacqua, a todas luces aún más funcional y dócil que Breitenstein a las directivas de su jefe, toda vez que no parece tener el mismo elevadísimo nivel de consideración de si mismo que su antecesor, quien claro está, parece sentirse predestinado a las grandes ligas de la política nacional.

Esas ínfulas fueron precisamente las que entraron en colisión con la realidad de nunca lograr pasar de ser un mero cumplidor de las órdenes de Dámaso Larraburu y sentirse cada vez con menos autonomía hasta para poner gente de su confianza en puesto clave. De hecho en los últimos tiempos en los que no casualmente Larraburu levantó su perfil de visibilidad como para no dejar dudas sobre su condición de jefe máximo, las desconfianzas mutuas ya se fueron tornando demasiado insoportables ante la persistente insistencia del ahora licenciado intendente por pedir pruebas de lealtad a funcionarios (Fabíán Lliteras, Ramiro Villalba y los ex susbiellistas Diego Palomo y Rafael Morini, entre otros) quienes siempre tuvieron claro quien era jefe de todos ellos, Breitenstein incluido.

Los que creyeron de verdad que Breitenstein podía estar más parejo a nivel de mando con su mentor o se fueron a La Plata con él o terminaron en su casa, como Marcelo Ciccola.

Entre otros varios datos reveladores de esta solapada confrontación palaciega en la política bahiense sirve revelar el conflicto suscitado precisamente con los carteles publicitarios (más específicamente dos: el de Vieytes y Rondeau y el ya citado de calle Chiclana) que presentaban a un “photoshopeado” Cristian con la leyenda “Yo creo en vos”. Antes de anunciar públicamente que se iba, tal vez por pudor, Breitenstein instruyó para que retirara estos letreros. El destinatario de este pedido, como en todo lo referente a la campaña política oficialista, notificó al ex director del Banco Provincia, quien le ordenó que “los dejara en su lugar todo el tiempo que se  pudiera”.

El objetivo del pedido no fue otro que el que exactamente se pone en evidencia en el diálogo literalmente transcripto al inicio de esta crónica. Es decir que sean muchos los bahienses que cada vez que pasen y los vean renueven su sentimiento de defraudación para con la figura del ahora ministro de la Producción. No menos de cinco veces—algunos dicen que a instancias de la insistencia de su propia familia directa, tal vez un poco incómoda con la contradicción evidenciada con tanta flagrancia—Breitenstein le reiteró personalmente a Bidondo el pedido, a lo cual, recibió la misma respuesta: “Los muchachos no han podido ir, pero ya van a ir en cualquier momento.”.

Finalmente, y para prevenir cualquier desmadre, un par de días antes de una marcha que finalmente casi no pasó de la militancia virtual, las gigantografías se retiraron tras haber cumplido un cometido inverso al originalmente previsto para ellas, es decir, contribuir a fomentar la impopularidad de su protagonista, la cual se desplomó exponencialmente hasta situarse claramente por debajo del 25 por ciento de aprobación de su figura, según indican encuestas muy reservadas encargadas “con urgencia” por quienes monitorean el humor político de la población.

Como incierto pronóstico de una situación mucho más delicada de lo que se pretende presentar (Por caso, La Nueva Provincia, originalmente criticó a Breitenstein por su decisión calificándola de “penosa”, pero con el correr de los días, en flagrante contradicción de si misma, la transformó en “una oportunidad para la ciudad”, tal vez porque alguien los convenció de la necesidad de apoyar la jugada, ante el riesgo cierto de perder todo lo conseguido en los últimos años de “redituable convivencia” con el oficialismo municipal) hay que tener en cuenta que la nueva administración municipal nace sin el respaldo de la victoria obtenida en las últimas elecciones, el cual, más allá de las consideraciones legales que se puedan haber esgrimido o los argumentos corporativistas de “tener una pata más cerca del poder para hacer buenos negocios para la ciudad”, ante los ojos del simple ejercicio del sentido común se licuó en el indisimulable papelón de un personaje que ganó una elección reclamando y jactándose de la confianza mutua con los vecinos y antes de asumir, literalmente, huyó del compromiso.

Si la maltrecha oposición local logra con una imaginación y una decisión política que hasta aquí no ha evidenciado, romper el corsé mediático al que parece inexorablemente sometida o si, aún más probable, el propio destino llega a jugar a la ciudad una pasada de cualquier índole (crisis del transporte, problemas con el suministro de agua en el cercano verano o incluso el posible destape de alguna olla de posible corrupción, algo a lo que una administración tan proclive a favorecer negocios privados está inevitablemente expuesta) que requiera de una intendencia capaz de respaldarse en el peso de los votos para su resolución, quizás todo esto pueda ponerse en evidencia con un golpe tan fuerte como para hundir a un barco que entró en zozobra cuando parecía tenerlo todo para una navegación tranquila.

Ni falta que hace aclarar que sí esto sucede no es por otra cosa que no sea la impericia de sus conductores, en este caso puesta dramáticamente en evidencia por un exceso de confianza que los llevó a realizar una mala maniobra que puso todo el navío en riesgo.

Al respecto, en una de las mesas de café en la que suelen ventilarse maledicencias políticas vernáculas, al comentar las noticias de estas horas, un agudo observador recordó que en abril próximo se cumplirán 100 años del naufragio del “Titanic”, un navío ostentoso que se presentaba como insumergible hasta que la soberbia de un capitán fanfarrón lo llevó a creerse capaz atravesar un iceberg por el  medio…

 


 

Enviado a Solo Local por Santiago Ismael Rosso

 

 

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