Dejó La Plata donde estudiaba porque la situación, después del golpe del 24 de marzo de 1976, se estaba poniendo muy difícil. Volvió a Bahía Blanca para estar cerca de su familia, sin saber que aquí también el horror acechaba. Un día de diciembre fue secuestrada de su casa en Enrique Julio 316 a la vista de un vecino que no atinó a hacer nada. La alojaron en La Escuelita donde, la primera vez, la interrogaron sin violencia. Luego la llevaron a una habitación donde comenzaron a picanearla. Al día siguiente pasó al sitio que llamaban «el quirófano» ó «la silla de Tupac Amaru» donde le pasearon la picana eléctrica por varias partes del cuerpo, incluídos sus genitales. Fueron dos dias así en que, confesó, deseó la muerte. Mientras sufría cada vez más, sus torturadores se burlaban y le exigían nombres de compañeros de Bahía Blanca y La Plata. El Laucha la manoseaba y le decía frases intimidatorias por lo bajo, mientras ella se desgañitaba sobre la aterradora y fría cama de elásticos. No se pudo higienizar hasta que la llevaron a la cárcel, no sin antes advertirle que se portara bien y que recordarle que tenía un hermano. Ya en Villa Floresta, sus padecimientos continuarían.
Estuvo un año y cuatro meses en el penal bahiense, sin poder recibir visitas. La primera vez que su familia logró verla después de aquel 15 de diciembre en que la secuestraron, su hermano no pudo tolerar el impacto de sentir como estaba y se descompuso. Entre quienes la visitaron, estuvo el padre Aldo Vara quien le dijo que era culpa de los padres lo que le pasaba. Uno de los jefes militares de entonces que también la fue a ver al calabazo le decía que lo mejor era irse del país. Al dejar la cárcel, tuvo que presentarse cada tres días en la comisaría segunda. En sus tantas visitas obligatorias y rutinarias, fue maltratada y manoseada hasta que una vez, en la guardia de la seccional, alguien que dijo conocer a un amigo se le acercó, la amenazó, la subió a un auto y abusó de ella. Ya casada y viviendo en Ensenada, un grupo de tareas entró a su casa y la interrogó sobre unos espías chilenos. Luego se mudó a Trelew y allí también la persiguieron. Estaba embarazada y aún así le seguían obligando a presentarse a una comisaría. Llegó a temer que le podían robar a su hijo. Su calvario duró mucho más que los dos años en que estuvo detenida en forma ilegal.
La protagonista de esta historia de película, pero dolorosamente real, es Patricia Chabat. Su caso es uno de los que los secretarios del Tribunal Oral Federal alcanzaron a presentar durante la primera jornada del juicio por delitos de lesa humanidad que comenzó este lunes en Bahía Blanca. El vecino que no atinó a reaccionar aquel día en que la secuestraron, de apellido Campini, se presentó al día siguiente en la casa de sus padres y se largó a llorar de impotencia. El jefe militar que la visitó en la cárcel era Hugo Delmé, uno de los diecinueve imputados que comenzaron a ser juzgados. Y el Laucha es el ex teniente coronel del Ejército Julián Corres, uno de los dos ausentes (el otro Miguel García Moreno está prófugo) en la primera audiencia de este histórico proceso. Once años atrás, Chabat y Corres, torturada y torturador, estuvieron a centímetros, uno al lado del otro, durante unos pocos pero interminables minutos de una de las audiencias del Juicio por la Verdad que se desarrolló en esta ciudad entre 1999 y 2000 en la sede original del tribunal, en Chiclana y Lavalle. Esta vez el reencuentro será difícil que se repita ya que Corres padece una enfermedad terminal que lo mantiene postrado. Aunque en esta oportunidad, a diferencia de aquella donde no había posibilidad de condena porque seguían vigentes las leyes de obediencia debida y punto final, la instancia judicial es otra, muy diferente. Ahora a Corres y al resto de los procesados, se los puede juzgar y castigar, los dos verbos que desde que se recuperó la democracia, se busca conjugar para cerrar una etapa de la historia del país. Por el caso de esta mujer, están imputados además los ex militares Jorge Mansueto Swendsen y Juan Manuel Bayón.
Del rostro de Patricia Chabat, retratado por la fotógrafa Helen Zout en la foto que ilustra esta nota, dijo Osvaldo Bayer según se puede leer aquí. «Vio la muerte y regresó de ella. De sus ojos no se borrará más lo vivido. Regresó a la vida después de haber estado en la muerte«.

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