Ciccola y Lliteras en la Senda de Kirchner: “Nunca Menos”

CB_y_Larraburu(Notas de Usuarios) – Los recientes movimientos en el oficialismo local no hacen más que dejar en evidencia quien manda realmente en la Municipalidad de Bahía Blanca, quien hacia adentro acata su rol de gerente obediente y hacia fuera y ante los que quieran creerle se presenta como el capataz de la estancia o, según sus palabras, “el capitán del barco” y quienes cumplen el rol de soldados o comparsas del corso y en nombre de sus sueños de grandeza, deben tragarse, de vez en cuando, sus buenos sapos. Conviene ir por partes para abordar mejor este juego de ajedrez, de cuyo posicionamiento de fichas, por si hace falta recordarlo, dependen muchos factores en la vida de los bahienses. Quien manda realmente en el gobierno local y hace y deshace a su antojo, conveniencia y necesidad, fuera de toda duda, es Dámaso Larraburu. Así fue desde el principio de este proceso que se cargó al “rebelde” Rodolfo Lopes, así sucedió a lo largo de todos estos años (el interinato y el mandato revalidado en las urnas en 2007) y así seguirá sucediendo, a no ser que un resultado electoral imprima un nuevo rumbo a la política local. Quien cumple el rol de “gerente obediente” es el actual intendente, quien le permitió a su jefe llegar por un camino distinto al deseado a lo que siempre quiso y nunca pudo tener por vía de las urnas: el control del gobierno municipal, para sumarlo a otros controles importantes (influencias judiciales diversas y variadas, negocios varios) y así cerrar un “combo” casi perfecto.

 

Breitenstein fue durante algún tiempo lo que Larraburu no pudo ser nunca: presentable y digerible para el establishment local, quien “compró” la imagen de joven, preparado y políglota y para cuando, pasado ese período, no pudo evitar mostrar algunas veces su verdadera hilacha, -irascible, intolerante, entre otras-, ya estaba montado como escudo protector todo un sistema de protección mediática, subsidiario como nunca de la pauta oficial.

De quienes cumplen el rol de comparsas—o “soldados” como algunos de ellos mismos se definieron en las últimas horas, sin que se les disimulara el disgusto por sus nuevos “destinos de servicio”—es de lo que se trata el siguiente ejercicio periodístico, sustentado en fuentes irreprochables, en muchos casos de primera mano y hasta en testigos presenciales de las situaciones que se detallan.

Convicciones y pragmatismos

Así como hay periodistas que creen que casi no hay forma de vida posible fuera del principal emporio mediático de la ciudad y acceden a ser funcionales al sistema a cambio de las migajas que se caigan de un banquete al que miran desde abajo, quienes se resignan a cumplir el rol de peones del poder de turno, lo hacen desde una convicción pragmática: casi  no hay posibilidad de jugar en la política grande si no es bajo el ala de Larraburu…

Mencionan a “Cristian” como el caso más emblemático y fantasean con que alguna vez les toque a ellos ser parte de alguna carambola similar.

En boca de todos los que tienen una pizca de memoria en estas últimas horas está el caso de Federico Susbielles: en dos ocasiones candidato a intendente (una vez, en 2003, por el partido de Elisa Carrió y otra, en 2007, por una vertiente kirchnerista) vociferando su “antilarraburismo” a los cuatro vientos.

Ahora cerró un “acuerdo programático” con el mismo sector para el que, sentado al lado de Graciela Ocaña, había reclamado un proceso judicial por “desmanejos en el PAMI local”.

Todo indica que en el arreglo hubo “algo más” que sendos puestos de dispar importancia en el gabinete local para Diego Palomo y Rafael Morini, dos de los escuderos que se mantuvieron a su lado tras el sórdido cisma con su antiguo socio, el actual senador provincial Santiago Nardelli, uno de tantos quiebres en la vida de Susbielles, caracterizada por rompimientos laborales y personales varios.

Ese “algo más” es la promesa de Larraburu de un cargo importante en una futura lista de candidatos a legisladores provinciales o nacionales o incluso a primer concejal, para quedar primero en una eventual línea sucesoria de Breitenstein en caso de un recambio en 2013, dos monedas de cambio de una transacción que cruje con solo echar un vistazo a lo que el Google muestra como antecedentes de tamaña sociedad.

Más referencias a ese “algo más” habrá un poco más adelante. Ahora, es momento de mencionar a Marcelo Ciccola y Fabián Lliteras.

Amistades y conveniencias

Lo cierto es que el primero goza de una simpatía personal por parte de Larraburu, quien aprecia su entrega y su desenfado al servicio de la causa “la causa”.

Además parece haber entablado con su joven colega una suerte de complicidad propia entre quien, lecciones de la vida mediante, siente que la juventud se le pasó más rápido de lo que hubiera deseado y aquel que da todos sus pasos todavía creyéndose inmortal.

Más allá de ese vínculo, de un tiempo a esta parte, el mismo Larraburu es el primero en reconocer que quizás se cometió el error de esperar del ahora ex presidente del HCD, más de lo que este estaba en condiciones de dar, al menos por ahora.

La falta de recurso humano disponible es una de las falencias más evidentes de la política local y esa escasez es la que a veces lleva a apurar tiempos o creer alguien dispone de más potencial del que tiene en realidad.

Cuando se ungió a Ciccola como “segunda autoridad política de la ciudad”, en sus mentores había expectativas de que se perfilara alto y complementara la imagen del intendente como “otro joven peronista digerible para el establishment”.

Nada de eso sucedió. La presidencia de Ciccola nació, sino muerta, al menos con el cordón umbilical al cuello a partir de las desafortunadas declaraciones sobre la necesidad de disminuir garantías constitucionales y siguió con el cardiograma plano al no poder articular ni una sola respuesta positiva desde el Concejo a las necesidades del Ejecutivo.

Apetencias y ambiciones

Para sumar frustración a quienes ponían algunas fichas en el joven abogado, hubo que sumar una estéril dilapidación de los fondos disponibles para publicidad en nombre del cuerpo (también entregados casi en su totalidad al manejo de Rex, para variar), una relación de celos profesionales, rispidez personal y enfermiza competencia con el presidente del bloque oficialista Fabián Lliteras y la creciente certeza de que el chico “trabajaba de menos” en los temas en los que hacía falta (siempre le echó la culpa a Lliteras de lo que no se conseguía) y hablaba “de más”, en especial cuando de sus aspiraciones futuras se trataba, lo que terminó por poner incómodos a unos cuantos en un entramado humano mucho más amalgamado por apetencias y ambiciones que por afectos, tal es el caso del sector al que puede denominarse “larraburismo”.

La cereza del postre fue la idea que motivó un anterior escrito publicado en este mismo sitio: la convocatoria “unilateral” a algunas “personalidades destacadas” de los medios bahienses al quincho de Bosque Alto, para anoticiarlos de su idea de impulsar una suerte de “Cantando por un sueño” local como forma de incrementar su nivel de conocimiento y, de paso, darle una mano a los clubes barriales. (Ver haciendo clic aquí)

Esto, sumado a los múltiples y variopintos comentarios generados a partir de la sugestiva toma captada por un camarógrafo local en la que se vio a Ciccola, entre embelesado y excesivamente afectuoso con el coreógrafo Flavio Mendoza, durante la visita de éste último a la intendencia, terminaron por catapultar la decisión de “bajarle un poco la cotización y como sucedía en la colimba, hacerlo pasar por el campito, para ver si en el barro, se le acomodan las prioridades”.

De hecho, varios testigos aseguran que el mismo intendente se sintió incómodo durante esa reunión ante la constante insistencia de Ciccola por sacar a relucir su intención de recrear un certamen “a lo Tinelli” en la ciudad y, de ser posible, contar, para el armado con “una asesoría de Flavio”.

Deseos y traiciones

Anoticiado del correctivo que se le había decidido aplicar a su carrera, entre compungido y asustado, Ciccola le imploró a su mentor la concesión de una suerte de “último deseo”: Que si lo sacaban a él del Concejo, no lo dejasen a su rival, Fabián.

Movido por esa ya aludida cuota de afecto por Ciccola, antípoda de cierto lógico menosprecio que siente por Lliteras (“si ya traicionó dos veces, bien puede traicionar tres”, suele decir a algunos pocos allegados), Larraburu accedió, sobre la base, claro, de que nunca hay que dar una puntada sin hilo.

En este caso, siempre la Secretaría de Gobierno, pero mucho más en épocas preelectorales es un hierro caliente para cualquiera, toda vez que algunos de los temas más candentes (transporte público por caso) lejos están de ser desactivados, más allá de no ser fogoneados por la corporación periodística y tan sólo mantenerse en el creciente y desfavorable boca a boca que se genera entre los usuarios/damnificados.

De allí que poner a Lliteras como “carne de cañón” le cerró por varios frentes, además de “cumplirle la voluntad al joven amigo”.

Por un lado vaciar de contenido al Concejo y que, si la oposición, (básicamente Raúl Woscoff), quiere pelearse, que, prácticamente no encuentre con quien hacerlo o quede pedaleando en el aire contra un grupo de mujeres (Espina, Civitella y Molina) o un concejal a quien apenas se le escucha la voz (Guillermo Quevedo, dicho sea de paso, el fruto de otra “decisión autónoma de Breitenstein” cuyos escasos resultados concretos suelen ser facturados repetidamente por Larraburu a su gerente).

Por el otro, si sobrevive a este período de durísima prueba, él habrá que recibirlo al otro lado del puente con laureles, hacerle decir gracias por la “oportunidad que se le brindó” y empezará a tomarlo un poco más en cuenta como “recurso humano apto para misiones complejas”.

En cambio, si muere en el intento, quedará la “tranquilidad” de que se perdió a un mercenario que ya había prestado el mejor servicio que podía prestar cuando desde las huestes de Lopes heredadas por Feliú cambió de bando poco antes de las elecciones de 2009.

Anhelos y promesas

En este punto, queda pendiente la ampliación de la cuestión de las promesas que Larraburu suele hacer en torno a su apoyo para posibles postulantes a senador provincial.

A Susbielles—quien nunca tragó que Nardelli consiguiera una banca que le aseguró el futuro el mismo día que él fue derrotado por la intendencia—la idea le apetece mucho y como, puesto a negociar, Larraburu usa como táctica decirle a todo el mundo lo que quiere escuchar, la idea le fascina y cree que con la venia del mandamás local, por fin tendrá todos los boletos necesarios…

Lo llamativo es que hay no menos de media decena de destinatarios de similar motivación por parte del mismo motivador. A saber: A Marcelo Ciccola se le insinuó que su cargo en Promoción Social es para ampliar su base de sustentación popular de cara a un cargo electivo…

A Fabián Lliteras, algo parecido, sólo que relacionado con una posible solución del problema de transportes cerrada, como corresponde, en la estratósfera del poder con el grupo Plaza. (“Si quedás como la cara visible de semejante demanda satisfecha, ¿Quién te podrá discutir el salto hacia arriba”).

A Federico Weyland, también se le deslizó la posibilidad (de horizonte más complicado, porque la imagen del ex titular del Instituto Cultural ante la sociedad está bastante deteriorada) de tomar un poco de oxígeno para pasar a la legislatura, como también recibieron insinuaciones en tal sentido Ana Civitella y hasta Soledad Espina.

Estos dos últimos casos, cupo femenino mediante, y tras la vacante seccional dejada por la fallecida Elsa Strizzi, tal vez tengan más asidero.

¿O será que junto a Santiago Montoya en la sede del Grupo Bapro, plan de regionalización mediante y con la asesoría de Iván Budassi (dicho sea de paso, otro a quien se notó muy compenetrado durante la visita de Flavio Mendoza a la intendencia a juzgar por los tweets que escribió al respecto), se estará planeando una ampliación de la cantidad de bancas de la Cámara Alta provincial para poder cumplir con todos aquellos que creen que “El Flaco” está pensando en ellos (y sólo en ellos) para una senaduría?

Esta broma absurda hubiera sido un buen remate para este panorama, de no ser porque resulta insoslayable hacer referencia a otro actor del kirchnerismo local: el diputado provincial Marcelo Feliú, duramente enfrentado a Larraburu desde hace más de una década y la última esperanza un sector de la oposición para que “pueda armar algo que le divida los votos a Breitenstein de cara a octubre”.

Respecto los pasos que podría dar tras estas movidas de gabinete, alguien intentó “tirarle la lengua” a un funcionario muy cercano al legislador y obtuvo una respuesta irónica: “En 2007 Marcelo jugó a fondo con Susbielles y terminó con Larraburu. Hasta el 2009 Lliteras le juraba lealtad y miren donde está. Ahora debería conformarse con que Pablo Di Gerónimo no haya vuelto al Instituto Cultural”.

En realidad tanto esa misma fuente como otros observadores sostienen que Feliú tiene claro hace tiempo que su partido se juega entre Buenos Aires y La Plata –donde está visto que mal no le ha ido—y que su única preocupación a nivel local consiste en ver si consigue dar vuelta la puja con el municipio por el famoso polideportivo impulsado por la fundación “Manu Ginóbili” con financiación estatal.

A juzgar por los resultados y las últimas noticias surgidas al respecto, tampoco en esto parece estar yéndole muy bien que digamos.


Enviado a Solo Local por Santiago Rosso, sanrossobahia@yahoo.com.ar

Fuente de la Imágen: https://sololocal.info/wp-content/uploads/2011/03/7f333-10-2-montoya.jpg

 

 

 

 

 

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