(Notas de Usuarios) – En un país lejano existe una aldea llamada Península Gris. No se sabe bien por qué lleva ese nombre, porque no hay ninguna península cerca, aunque tal vez se deba al pertinaz aislamiento crónico que exhiben sus habitantes tal y como si fuera una virtud. Si por azar llegara a pasar un caminante –y sería efectivamente por azar, porque las rutas y caminos jamás indican la ubicación exacta de Penin, como la llaman sus pobladores en la intimidad- y por obra de una contingencia especial decidiera quedarse un tiempo, el que fuera, encontraría una obstinada cerrazón frente al forastero. Nadie le indicaría dónde alojarse, ni dónde obtener una comida razonablemente sustanciosa, a pesar de que en el lugar hay una variada oferta gastronómica, producto de una señora adinerada y aburrida de la comunidad se dedica a enseñar a cocinar a los igualmente aburridos hijos de los peninsulares.
Éstos luego instalan costosos restaurantes a costillas de sus sufridos padres, locales que terminan cerrando a los seis meses puesto que los lugareños sólo siguen visitando los mismos dos o tres de siempre, invariablemente en la primera cuadra del Boulevard Illia, cosa de no alejarse mucho de aquello que llaman “el centro”, y que parece poseer dos características: un imán extraordinario para los habitantes, y la misma insistencia en permanecer acotado en tres cuadras.
Las penurias del visitante no terminarían allí, porque nadie tampoco le avisaría del flagelo que soporta la aldea: Impedimenta.
Impedimenta es un engendro, un monstruo, una mezcla entre dragón y artefacto infernal que lleva varios siglos asolando la región. Su presencia no es materialmente comprobable, por lo que nadie sabe a ciencia cierta si es grande o pequeño, si lanza fuego por algún orificio o huele a azufre (aunque esto último podría sospecharse, a juzgar por el horrible sabor y aroma de las aguas del lugar).
Lo que sí es evidente para cualquier historiador o mero observador de la realidad es su efecto demoledor sobre las aspiraciones y esperanzas de los pobladores: las destruye ni bien asoman.
Un ejemplo: en Península Gris se practica un deporte llamado Encestamiento de la Tosca, que combina la facilidad de los peninsulares para saltar alto –quizás con intenciones de huir, quién sabe- y el aprovechamiento de las piedras calizas que constituyen el ingrediente principal del paisaje grisalla.
En esa disciplina se ha destacado internacionalmente Massimiliano Buonanotte, un joven deportista que logró colocar el nombre de Penin en los titulares mundiales, jugando en equipos de gran renombre, y revitalizando la práctica para las nuevas generaciones.
A tal punto, que se planteó la evidente necesidad de contar en la localidad con un estadio donde se pudiera practicar ese y otros muchos deportes que mantienen ocupados a los jóvenes y entretenidos a sus mayores.
Ni bien Impedimenta supo de la iniciativa –hay rumores de que cuenta con informantes entre los propios integrantes del Consejo de Ancianos, institución que viene rigiendo los destinos de los grises desde hace generaciones gracias a un mecanismo de adherencia a los sitiales de decisión- puso en marcha su rutina sigilosa pero inexorable: aterrorizar a los notables con sueños terribles en los que habría gente entrando y saliendo de la aldea, ensuciando los prolijos caminos de… tosca, claro, que se mantienen limpios gracias a la sobrepoblación de empleados de la alcaldía, y contaminando la atmósfera impoluta que se sostiene libre de gérmenes extraños por obra y gracia de Chemical Company, impresionante complejo industrial que rodea el pueblo y nadie sabe qué hace, salvo regalar guardapolvos a los escolares una vez por año.
Los notables se despertaban sudorosos y asustados, creyendo que la decisión de no levantar el estadio era propia y no por obra de Impedimenta, y por lo tanto, un día sí y otro también, el proyecto sigue durmiendo
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Los forasteros huirían a los pocos días, hartos de intentar entablar conversación con los nativos infructuosamente, y espantados ante el ominoso accionar de Impedimenta… y los peninsulares, de poder darse cuenta de la situación, seguramente los seguirían… pero Impedimenta les hace creer que viven en el mejor lugar del mundo.
Y si se preguntan acerca de quién fue el que me contó este y otros muchos relatos del lugar, les contesto lo que él me dijo cuando lo interrogué acerca de por qué se quedaba allí: … es que los muertos están en cautiverio, parafraseó, y no nos dejan salir del cementerio.
Enviado a Solo Local por Viviana Sgavetti
