La Sociedad Videovigilada

camaras-de-seguridad(Notas de Usuarios) – La proliferación de cámaras de vigilancia es resultado de un modelo de ciudad establecido que transforma el espacio público en una vitrina, del cual ni siquiera las ciudades poco pobladas se salvan.  Mientras decisiones políticas fundamentalmente  económicas surgen, nuestras libertades y derechos fundamentales son eliminados dejándolos a la subjetividad de una cámara y el organismo que está detrás de ella.  En una sociedad videovigilada los ciudadanos nos estandarizamos, nos normalizamos. Nos producen en serie. Al final cada uno de nosotros se encuentra cumpliendo el papel que nos ha sido asignado. Ante el ojo de la cámara cada persona es un ciudadano indeterminado y sin poder de crítica. En síntesis, las cámaras fomentan la desconfianza, la deshumanización y la desunión en nuestro espacio público. Las cámaras son ubicadas principalmente en los puntos centrales de comercio, cuando la mayor parte de la inseguridad transcurre en las periferias. Pero ubicadas en zonas comerciales las cámaras de repente se hayan registrando  y cuantificando los movimientos del consumidor, conociendo quien compra qué, con qué frecuencia y dónde.

Si alguna conducta no encaja, entra en juego una serie de factores, decisiones que ordenan eliminar todo aquello que estorba para el modelo de ciudad homogénea  que se busca, desactivando todo lo que sobra: vandalismo, oposición, mendicidad, prostitución. Medidas de prevención que buscan contrarrestar el uso inadecuado del espacio público.

Instantáneamente toda resistencia al sistema es calificada de sospechosa. Aquellos que no queremos las cámaras «algo tenemos que ocultar». Pero esta ambigüedad se ampara en nombre de la seguridad y elimina nuestra libertad de comportarnos como queramos, dentro de los límites de la moral obviamente. Si alguien pone en duda la iniciativa, desafía al sistema y es penalizado.

Es muy fácil sacarles plata del bolsillo a los vecinos de la ciudad, de hecho lo hacen a través de los impuestos, pero mucho más fácil es con la excusa de «prevenir el delito». Y muchos más fácil aún si se ayudan del miedo y la paranoia generada por los medios de comunicación y de los beneficiarios de la inmovilidad social, fomentando el encierro y mostrándonos la calle como un lugar hostil, cuando no lo es.

La video vigilancia no sabe diferenciar entre tipos de infracciones, no sabe valorar un contexto o una circunstancia. El sujeto se paraliza de antemano por el miedo a que su acción sea interpretada como inadecuada. En ese punto, la cámara cumplió su función, nos desactivó como individuos libres, nos despolitizó.

Actualmente la ciudad más videovigilada del mundo es Londres con más de 4 millones de cámaras. Recientemente un amplio sector del gobierno y la población han denunciado el total fracaso de estas medidas en materia de seguridad, ya que más del 80% de los casos grabados nunca se resuelven. Pero es mucho más difícil sacar las cámaras una vez que ya están instaladas.

Estas novedosas metodologías, más que una medida de seguridad, suponen más control sobre nosotros, y por sobre todo un enorme negocio para algunos, ya que solo en nuestra ciudad se van a instalar 50 cámaras, y el presupuesto es de 3,8 millones de pesos.

Un simpático cartel de protesta decía: «Si las cámaras realmente fuesen para nuestra seguridad, estarían dentro de sus despachos y nosotros monitoreándolos».

Pensamos que es momento de adquirir una conducta social y levantar un nuevo sentido común al respecto, más cercano a la verdadera libertad, a la solidaridad y a la confianza. No nos sirve conformarnos con saber que nos manipulan. Cada uno de nosotros tiene que retomar el esfuerzo de asumir una actitud transformadora.

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