Reforma del Código Civil y Otras Yerbas

(Notas de Usuarios) – El día domingo 20 de junio del corriente año, bajo el título de “Matrimonio gay, un tema que ya se instaló en el Concejo”, recibimos gracias a “La Nueva Provincia” una gran lección de “honestidad bruta”. Salvo contadas y honrosas excepciones (Raúl Ayude, Esteban Usabiaga, Elisa Quartucci, por ejemplo), la mayoría de los ediles en un gesto que se presupondría noble no han tenido reparos en admitir el desconocimiento en relación a la Reforma del Código Civil en torno a la Ley de matrimonio homosexual y a la adopción por parte de parejas homosexuales. Pero aún así casi no titubean en manifestarse “en contra” (de lo uno y/o de lo otro), apoyados en argumentaciones que son absolutamente obsoletas y falaces, lo cual desnuda uno de los ejes de esta cuestión: ¿Cómo pensar el delicado tema por fuera de posiciones prejuiciosas, pudiendo estar medianamente permeables a lo que aporta no “el parecer u opinión” de cada quién, sino disciplinas y corrientes del pensamiento moderno que no casualmente denostadas, tienen sin embargo las herramientas más sólidas para avanzar en estas conceptualizaciones? El psicoanálisis, la antropología, diversas ramas de la psicología, la sociología, e incluso la lingüística, podrían acudir a resituar algunas ideas que se repiten como nefastos latiguillos y que se quieren hacer valer como argumentos “en contra” del proyecto de Ley.
Por el lado de la Reforma del Código Civil
En primera instancia, parece necesario subrayar que la aceptación de la figura de “unión civil”, por la que se inclinan muchos de los ediles, es de por sí un hecho discriminatorio de peor calaña que la de aquellos que abiertamente se oponen a todo tipo de formalización de parejas homosexuales, ya que es una discriminación “velada”, pero que enuncia la instalación de “ciudadanos de primera” y “ciudadanos de segunda”, a los que les corresponde casi todos los mismos derechos que a los otros…
Queda claro en el triste decir de Julián Lemos (Unión PRO): propone que se reconozca la unión homosexual y sus derechos, pero “no en un cien por ciento, como tienen los matrimonios”. Más allá de esto, la “unión civil” salda algunas cuestiones contractuales, pero dista de brindar todos los derechos –y las debidas obligaciones- que aporta el matrimonio, en torno a herencia, cobertura médica, beneficios sociales, etc. Entiéndase que la Ley busca reformular la figura de “matrimonio” volviendo a un texto que figuraba anteriormente, en el que se haga referencia a “contrayentes”, sin la especificación “hombre y mujer”. Ni más ni menos. Esto es, la Ley no plantea ningún tipo de debate sobre el otro tema sobre el que fueron preguntados los ediles, que es el de la adopción, ni sobre el matrimonio en tanto sacramento.
La adopción, de hecho, es ya una realidad en parejas homosexuales, pero han sido en su mayoría adopciones monoparentales, las cuales son perfectamente legales. Lo que resultaría como efecto de la sanción de la Ley en cuestión es que el marco de la adopción podría ser directamente matrimonial cuando ese matrimonio sea de personas del mismo sexo, lo cual proveería mayores cuidados y garantías al niño adoptado (y a los padres adoptivos los derechos y obligaciones correspondientes, obviamente). Cabe mencionar que uno de los obstáculos más grandes en el tema de la Reforma del Código Civil sea tal vez una cuestión “semántica”: la palabra “matrimonio” proviene del ámbito religioso (es uno de los sacramentos) y allí es pensado claramente como la unión entre un hombre y una mujer.
Cuando el ámbito legal introduce la figura en el Código Civil, lo hace sin cambiar el término. Se sigue entonces empleando el mismo significante pero que condensa dos significados diferentes: el religioso, que no está para nada en cuestión, y el civil, que sí es el que se busca ampliar.
Por el lado de las “argumentaciones”
Hay algunos puntos –en última instancia muy articulados entre sí- que insisten significativamente en los dichos de los ediles que merecen algunas puntuaciones para que, si así lo desean, no sigan pasando vergüenza. Uno tiene que ver con la apelación a la religión como lugar de vociferación del rechazo del matrimonio homosexual.
Algunos de los representantes lo hacen de manera más medida, y hasta se podría decir, entendible (dado que por estructura, el discurso religioso, uno de los más hipócritas que existen, se despliega a contrapelo de cualquier intento de avance que lo social reclama por lados diversos), mientras que otros desnudan en su enunciado un patetismo preocupante: Ana Civitella (FPV-PJ) y Cristina Molina (FPV-PJ), como los más estridentes.
Tal como se intentó exponer en el apartado anterior, este es el coletazo de emplear el mismo término (“matrimonio”) tanto para el campo cívico-legal como noción sacramental en el campo religioso, el cual –¡no tengan tanto temor!- queda absolutamente intocado por la Reforma del Código Civil. Otro, igual de interesante, tiene que ver con lo que se supone “natural” y “antinatural”.
Invito a los ediles que están empantanados en esta encrucijada caduca a que se acerquen, sin temores, a un texto, no muy extenso, de uno de los pensadores e investigadores más importantes del siglo XX: se trata del primer ensayo que aparece en “Tres Ensayos sobre Teoría Sexual” de Sigmund Freud.
El creador del psicoanálisis demuestra allí algo que él mismo advierte que no será de fácil asimilación, y es el hecho de que la sexualidad humana no es natural. El ser humano es un ser cultural –de hecho la homosexualidad ha encontrado diferentes espacios y funciones sociales a lo largo de la historia-, atravesado por el orden simbólico, y esto tiene enormes consecuencias también en el ámbito sexual. La sexualidad no es en el humano instintiva ni está comandada por la genética.
La inmensa variabilidad de la conducta sexual sería ya prueba más que suficiente para demostrarlo (por ejemplo, la inexistencia de “períodos de celo”, el hecho de que las más de las veces se mantienen relaciones sexuales sin fines procreativos sino por obtención de goce, la posibilidad de que se pueda realizar “votos de castidad”, y sin entrar en la extensa lista de parafilias); sin embargo, tanto Freud como Jacques Lacan, otro psicoanalista y prestigioso pensador de fines del siglo pasado, no se contentan con lo evidente, sino que además desarrollan sendos aportes teóricos que argumentan la “no-naturalidad” de la sexualidad humana. Ésta es el resultado de un complejo proceso de subjetivación, atravesado por no menos complejos avatares identificatorios.
Es decir, la sexualidad emerge como una construcción simbólica. De ahí que se deba subrayar también el error al hablar de “elección o decisión sexual”. La sexualidad (al menos en lo que hace a su “orientación”) no se elige. ¿Alguien recuerda algún día en particular en el que se tuvieron que decir: A partir de mañana, seré heterosexual, homosexual, pederasta, casto, o lo que fuera?
El sujeto se topa con su sexualidad, y lo que sí queda en el margen de una posible “elección” es lo que toca al cómo asumir y desplegar esa sexualidad. Para concluir, sin duda el tema es complejo y toca las fibras más íntimas de las convicciones y posturas personales. El obstáculo es, entonces, cómo evitar querer avanzar en la cuestión desde la simple opinión, ahí donde hay materia no opinable. Dicho de otro modo, no queda bajo mi parecer qué pasa si una manzana se desprende del árbol: indudablemente cae por la ley de gravedad. En esto es lo mismo, salvo que le demos sólo autoridad a las ciencias duras, menospreciando a las ciencias humanas y disciplinas del mismo campo.
No es cuestión de “idiosincrasias”, como alude Carlos Moreno Salas (FPV-PJ). Es cuestión, ya que de los ediles se trata, de trabajar por lo políticamente correcto –extrañamente, a Carlos Ocaña (UCR) esto parece serle insostenible-, y esto quiere decir, dejar las creencias y pareceres de lado lo más posible -“la mesa” con “papá y mamá” y “los pibes” de mañana de Carlos Paoletti (IC) es uno de los ejemplos más patéticos- para abordar el tema con la seriedad que se merece.


Enviado a Solo Local por Lic. Luciano Lucagnoli
Mat. 551

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