¿Qué se Dijo en Harvard?

quincho«Hay que respaldar al Gobierno, porque si no se corre el riesgo de que caiga el peronismo«. Sin ponerse colorado, parece que es la frase a la que adhirió el intendente de Bahía Blanca, Cristian Breitenstein, durante su paso por la Escuela de Gobierno de Harvard, en Estados Unidos. Esa visión se contrapuso a los pronósticos en los que se habló de  la probable «desaparición del peronismo» y de una derrota, casi inevitable, en 2011. Esto es lo que se reporta en la sección «Charlas de Quincho» publicada  ayer por el diario Ambito Financiero, y que hoy se reproduce en este enlace. La transcripción del segmento se lee en el artículo completo. Hay una captura de pantalla del citado contenido, a la que se accede haciendo clic aquí, que se visualiza mejor tras su descarga y posterior una ampliación de la imagen.

Publicado por: Charlas de Quincho, diario Ambito Financiero, 19 de abril de 2010

Un quincho fronteras afuera, pero con actores criollos y supuestos expertos y síbilos sobre los destinos de la Argentina.
Fue en Harvard, como parte de un simposio montado por la Red de Acción Política (RAP), un club que manejan hombres del macrismo relacionados con la encuestadora Poliarquía y que tratan de crear una especie de sello de calidad y prestigio para los políticos.
Para eso extienden un certificado de «político RAP» porque juran adscribir a una plataforma de conducta política que no pudieron sostener, por ejemplo, varios candidatos testimoniales del kirchnerismo.
Allí recibieron invitados a Rafael Di Tella, hijo de Guido, y al venezolano Ricardo Haussmann, alguna vez con oficina en el BID y en otros tiempos, en los lejanos 90, cuando Hugo Chávez no era, siquiera, un militar sedicioso, ministro de Planificación en Venezuela. Numerosa y variada comitiva argentina para ver si, desde lejos, se pueden detectar -o quizá simplemente pronunciar- los males autóctonos. Tres gobernadores -Juan Manuel Urtubey, Celso Jaque y Fabiana Ríos-, otros que sueñan con serlo, Gabriela Michetti y el santafesino Omar Perotti – tercera opción del PJ pro K santafesino que ya tienta, vía Gustavo Marconatto, a Rafael Bielsa para disputar con Hermes Binner y Carlos Reutemann-. También intendentes como Cristian Breitenstein (Bahía Blanca) y Federico Sciurano (Ushuaia), diputados como Margarita Stolbizer, el lilista Adrián Pérez, el lolista Walter Agosto y el macrista Ramiro Tagliaferro. Además, para suponer que el mal nacional (y su hipotética sanación) no es exclusiva responsabilidad de los políticos, había también empresarios como Luis Betnaza (Techint), Enrique Cristofani (Santander), Ricardo Torres (Pampa Energía), Augusto Rodríguez Larreta (Banco Hipotecario), Roberto Murchison (Terminal Zárate) y, de manual, algún infaltable politólogo, butaca que esta vez ocupó Sergio Berenztein.
Extramuros, los mismos que se saludan con maldiciones aquí convivieron como boy scouts al amparo de Mangabeira Unger, ex ministro de Luiz Inácio Lula da Silva que usufructúa su incierta condición de ex profesor de Barack Obama.
El brasileño, de despedida, los reunió a todos en el Harvard Inn con una receta casi de campamento: pollo, ensaladas y alguna copa de vino. En esa sobremesa, tarde, se entretuvieron Urtubey, Perotti y Breitenstein en una hipótesis que de tan dramática parece optimista: hay que respaldar al Gobierno porque si no se corre el riesgo de que caiga el peronismo.

Esa mirada estuvo contaminada por las disertaciones donde se habló de la «desaparición del peronismo» y de una derrota casi inevitable en 2011. Cuando los no peronistas quisieron celebrar ese pronóstico, se tropezaron con otros diagnósticos sombríos: Michetti tuvo que jurar que el PRO era un partido político -tarea para el macrismo darle esa entidad; tarea para los extranjeros que se dicen expertos sobre la Argentina que desconocen detalles básicos y esenciales- y los radicales soportar que les recuerden, de manera recurrente, las dos crisis económicas que los tuvieron como protagonistas estelares (la del 89 y la de 2001).
Cada invitado terminó, al final, tomando lo mejor para su discurso de regreso. Gente experimentada en el oficio de conferencista, saben cómo provocar y dictar títulos. Haussmann, por caso, citó que las tasas de crecimiento de China del 9% promedio en los últimos 25 años son récord en la historia de la humanidad y planteó la teoría de la resignación: que los países menos desarrollados, en vez de pretender sumar valor agregado, se diversifiquen en el rubro materias primas y busquen nichos que permitan «acoplarse» a países ricos, saltando etapas como «los monos de árbol en árbol».
Otro, que se dice argentinólogo, Steve Lewitzky, acudió a la clásica referencia sobre lógicas pendulares y sálvese quien pueda, que son, dijo, dos características bien criollas. Siguió Richard Freeman, que podría convertirse en el ideólogo perfecto de Hugo Moyano: tras hablar del «capitalismo mafioso» de Wall Street, defendió el rol de los sindicatos como factor de regulación de los mercados.
Taurm Khana sirvió, sin quererlo, de «datero» para los ultra-K cuando citó que las principales potencias económicas, China y la India, rompieron los paradigmas tradicionales que planteaban que las libertades políticas, la democracia y la transparencia eran ítems imprescindibles para el desarrollo económico. Más amable para los oídos de los argentinos fue el informe de David King, un experto en el Congreso de EE.UU., que mencionó que hay 100 senadores, 435 diputados y 67 mil lobbystas, que los parlamentarios tienen un índice de reelección del 92% -similar al del Politburó ruso- y que requieren, en promedio, de 1,2 millón de dólares para cada campaña política. Otros datos pueden servir de soporte argumental a la oposición: Lant Pritchett dijo que el reparto de computadoras en las escuelas tiene una incidencia «cero» en la mejora educativa, contra el 3% que impacta positivamente la capacitación docente. Di Tella, al final, cerró el ciclo con una provocación: la lucha contra la inseguridad -dijo- debe ser una bandera de la izquierda. En EE.UU. las víctimas son «ricos» mientras en la Argentina son mayoritariamente «pobres». El delito es eminentemente regresivo; por eso, aseguró, la izquierda debería tenerla como su principal preocupación y oferta electoral.

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