Corren buenos tiempos / buenos tiempos para la bandada/ de los que se amoldan a todo/ con tal que no les falte de nada./ Tiempos fabulosos / fabulosos para sacar tajada/ de desastres consentidos/ y catástrofes provocadas… ( J .M. Serrat)
El bombardeo mediático al que estamos sometidos se acrecienta desproporcionadamente a medida que se acerca, con cada hora que transcurre, el tratamiento de la Nueva Ley de Radiodifusión. Escuchamos por estos días a una indignada Patricia Bullrich bramando en defensa del “periodismo independiente” y leemos los titulares estridentes de los diarios que nos alertan ante el avance de un supuesto“chavismo” patagónico en su intento de controlar la prensa. Se percibe en sus editoriales el nerviosismo que recorre los pasillos de los grandes grupos concentrados.
Las críticas desmedidas hacia el kirchnerismo están centradas en los aspectos más valientes de una gestión que no busca transformar la sociedad en el marco de un proyecto de poder popular pero que aún así termina colocando en la arena pública el debate de una serie de cuestiones fundamentales para la profundización democrática de la Nación.
Si salimos de la miopía generalizada tenemos que entender que los procesos históricos nos acostumbran a vericuetos laberínticos en los que muchas veces se avanza por los senderos menos esperados. Y ese es el barro de la historia donde la política transcurre, complejo, contradictorio, gris. Tan lleno de miserias como de gestos heroicos multiplicados anónimamente. Quienes nos quieran vender panfletariamente otra realidad sólo son movidos por una visión mesiánica y maniqueísta de lo político que no contribuye en lo más mínimo a la consolidación democrática.
El espíritu de la ley esta sustentado en los 21 puntos de la Coalición por una Radiodifusión Democrática y es cierto que también presenta aspectos controvertibles como el papel que jugarían las telefónicas en la re diagramación del mapa mediático, lo que en todo caso da más elementos para presentar el debate ante una normativa vetusta que sobrevive desde la última dictadura militar.
Nadie puede poner en duda el papel fundamental que juegan los medios de comunicación en nuestras sociedades contemporáneas como representantes de poderes titánicos. Ahí tenemos a la CNN como extensión corpórea del Imperio o a un previsor Bartolomé Mitre que funda y deja como su mejor heredero y abogado al aristocrático Diario La Nación.
Los poderes concentrados no han dudado a lo largo de nuestra historia en desestabilizar gobiernos populares y aplaudir fervorosamente cada asonada militar, como la campaña de desprestigio que sufrió Arturo Illia llevada por variados medios de prensa y periodistas “independientes” que luego terminarían redactando comunicados militares. Clarín y la Sociedad Rural son dos caras del mismo poder concentrado que mantiene esta sociedad colonial de privilegios y diferencias vomitivas. Queda únicamente dar la bienvenida a un debate que permita ponerles fin a los actores mediáticos que construyeron esta Argentina injusta.
