(Editorial) – En 1955, poco antes del golpe militar que derrocó al presidente Perón, casi espontáneamente, los antiperonistas comenzaron a llamarse a sí mismos «gorilas». El término se hizo popular a raíz de su utilización en un programa cómico radial de la época llamado “La Revista Dislocada”. Aldo Camarotta, activo político antiperonista y guionista del envío, se atribuyó personalmente la creación del término. Con el paso de los años “ser gorila” dejó de ser utilizado de modo autorreferencial y se empezó a usar en algunos sectores para referirse, de un modo más general, a los defensores de la derecha política y de medidas autoritarias. Para los gorilas sociales, los “cabecitas negras” son seres despreciables y los carenciados, unos “negros” indeseables con cara de sospechosos, que habría que tener, “por las dudas” entre rejas, mientras los gorilas sociales viajan por el mundo en avión, circulan por las rutas en sus coches con Air Bag, vacacionan en el Sur con vista a los lagos y usan camisas de 100 dólares. En Bahía Blanca no tenemos gorilas, “animalmente hablando”. Pero sí defensores de la derecha política y de medidas autoritarias. Tenemos muchos que quisieran poner a “todos los negritos” al amparo de un calabozo. Creen que de esa forma, la sociedad dormiría más tranquila.
Las recientes críticas a la jueza de garantías, Susana Calcinelli, en el caso de la imputación a Claudio Morales por el robo de un comercio, llevan a pensar que aún en nuestra sociedad, que creíamos tan moderna y civilizada, conviven personas que defienden a ultranza cualquier violación particular de las garantías constitucionales, so pretexto de garantizar una ciudad más segura, aún cuando una sociedad “insegura” no es sino el fracaso del gobierno en su intento por lograr la felicidad de las gentes. A veces se habla como si se supiera, pero penosamente, uno ve que la ignorancia lo envuelve todo.
Debo decir que al principio dudé de Calcinelli, pero luego de leer completo el expediente por el caso Morales no me quedan dudas que Susana Calcinelli es una señora Jueza. Para ponerla en contexto, esta joven mujer ha defendido los derechos humanos de torturados y desaparecidos; ha contribuido a acusar a militares represores que formaron parte del Terrorismo de Estado durante la última patética dictadura militar; esto en el marco de los Juicios por la Verdad, donde tuvo un papel activo importantísimo junto al fiscal Hugo Omar Cañón.
Todo aquel que lea el expediente del caso Morales puede entender, sin duda alguna, que la jueza no “liberó” al reo como diciéndole: “acá no pasó nada, váyase tranquilo a su casa”. Muy por el contrario, la jueza hizo lo que la ley ordena; seguir un proceso, ordenar la prisión preventiva e imputar al sospechoso y luego, hacer lugar al trámite de excarcelación que, como parte del Código Penal, es el marco legal que rige su proceder, el mismo que fue redactado por legisladores que hoy seguramente cuestionarían su accionar, impulsados por el momento electoral que atravesamos.
Usted imagine que mañana su vecino lo denuncia penalmente porque dice que usted lo apuntó con un arma y le quiso robar. Su vecino consigue tres testigos y usted va preso. Se abre un expediente judicial; pero en el medio su abogado pide que lo excarcelen, porque así lo establece la ley ya que usted no tiene antecedentes y el arma del supuesto delito no aparece. En el mundo gorila usted no tendría derecho a esa libertad mientras espera el juicio. En el mundo gorila usted debería ir a Villa Floresta y bancarse compartir una celda con un asesino real, aún cuando usted sabe que es inocente. Pero no podemos hacer una ley que se aplique a Morales y otra que se aplique a usted, en el caso del supuesto. La ley tiene que ser la misma para todos.
Por otra parte, es muy fácil decir que cualquier sospechoso debe permanecer preso, cuando se vive en un barrio privado, rodeado de medidas de seguridad y nunca se toma un micro mugriento para ir a trabajar. Muchos de los que opinaron con relación a este tema, incluso el intendente municipal, mostrando su lado más derecho y que de zurda solo tiene la mano con la que firma, -vaya paradoja de la naturaleza-, no pueden desconocer el caos que se generaría si cada detenido sin antecedentes fuera a parar a la cárcel. Las mismas cárceles que el Estado no mantiene como debiera.
El jefe comunal quiere bajar la edad de imputabilidad de los menores, pero no dice a dónde irían esos mismos menores si quedaran detenidos. En esta línea de razonamiento, hubiera sido deseable que en vez de preocuparse por peatonalizar la calle O’higgins o aceptar sin chistar que el Estado gaste millones para construir un Polideportivo que no necesitamos, su gobierno hubiera puesto el mismo énfasis para construir una granja de recuperación para menores en riesgo social, como tienen otros países, donde los menores que delinquen puedan estudiar, trabajar y crecer lejos del influjo de las drogas y la marginación.
El intendente también se quejó de que de 300 aprehendidos al mes, casi todos recuperan la libertad, como si los jueces fueran irresponsables que liberan delincuentes a mansalva. Si quedan libres siendo culpables ha de ser por ineficiencia de la investigación procesal o defecto de las leyes; y si quedaron libres porque eran inocentes, pues es lo que corresponde. ¿O acaso hay que pensar que los jueces esconden pruebas, adulteran expedientes, todo porque les gusta que los delincuentes anden tan campantes por la vida, matando a otras personas?
Después están los señores de doble apellido o apellido pomposo, esos mismos que heredaron fortunas de sus antepasados, seguramente terratenientes que resultaron beneficiados en el reparto, luego que el “ilustre general Roca” emprendiera la Campaña del Desierto, escenario de la matanza inhumana del indio autóctono, verdadero dueño de estas tierras. Los jóvenes herederos, hoy conspicuos empresarios, ahora se quejan porque el Estado persigue a los evasores fiscales en vez de perseguir al ladrón de gallinas. Seré sincera: mil veces voy a preferir al ladrón de gallinas que le roba a una sola persona, antes que al evasor fiscal, verdadero ladrón de guante blanco, un engendro social, ya que de sus impuestos impagos derivan la falta de fondos públicos para atender hospitales o escuelas estatales, que afectan negativamente a miles.
En la película “Spider Man”, el héroe dice “Un gran poder implica una gran responsabilidad”. Hace alusión al renunciamiento que debe padecer, ya que por ser un dotado de la naturaleza, debe resignar aquellas pequeñas cosas que hacen felices a los comunes mortales. La sabiduría del mensaje aplica al poderoso económicamente. Todo señor rico tiene mayor responsabilidad social que cualquier otra persona a la que el dinero nunca le alcanza para llegar a fin de mes. Pero esa responsabilidad, que debería traducirse en acciones sociales concretas y no en dádivas miserables, regalando lo que no les sirve o las sobras, no aparece en toda esta historia. ¿Qué han hecho los ricos de esta ciudad para mejorar nuestra sociedad? ¿acaso crearon un fondo para salvar niños de la desnutrición, acaso se hicieron cargo de huérfanos, acaso apadrinaron a un joven drogadicto para sacarlo del infierno del Paco? ¿O solo van un par de veces al año a la cena de gala a beneficio de alguna ONG o donan la ropa que no les sirve?
A estos señores, que duermen con almohadas de pluma de ganso, poco les importan los pobres y marginados; si les importaran, no tendríamos en Bahía Blanca las villa miseria que tenemos, los chicos con la panza vacía, ni desertores escolares porque no tienen zapatillas que calzar. Total ellos seguramente, cuando se enfermen, irán a un hospital privado y gozarán de la mejor atención médica; sus hijos irán a colegios privados que no sufrirán las huelgas que tienen que soportar los hijos de los más humildes, por el reclamo de maestros o porteros de un sueldo digno, al mismo Estado del que los señores forman parte o con el que hacen suculentos negocios.
Me revuelve el estómago que alguien pueda pensar que Ricardo Pelayes está muerto porque la jueza Calcinelli excarceló a Morales unos días antes. La jueza aplicó la ley; la misma ley con la que se llenan la boca los legos del Congreso de la Nación, el mismo de los sobornos, la servilleta y la Banelco.
Ricardo Pelayes está muerto porque un delincuente lo mató. La historia es muy dolorosa, claro. Y su muerte fue injusta, cruel, sin sentido. Pero sucede que vivimos en sociedades en las que hay mucha gente honesta y trabajadora y unos pocos delincuentes que roban y están dispuestos a matar. El valor de la vida, para ellos, es muy diferente. Para muchos de ellos, si la policía los matara en un tiroteo, la muerte sería casi una salvación. Es triste pensar esto, pero imagino que es así.
Pensar en una sociedad sin delincuentes es pensar en una utopía. No existe aquí ni en ninguna parte del mundo. Por otra parte, no tiene nada de cristiano y menos de católico, apostólico y romano, pensar que la jueza es equiparable a Morales. ¿Pero qué les pasa? , ¿Han perdido la razón?
Nadie quiere vivir en una sociedad insegura. Pero la mayoría de nosotros sabe o puede imaginar cómo defenderse de los delincuentes. Se puede tener un par de perros en el patio de la casa, contratar a un sereno, comprar un sofisticado sistema de alarma, poner rejas o uno puede quedarse tranquilo por no tener nada digno de ser robado. Y el que lo tenga, debería guardarlo en el banco ya que su falta de confianza en los bancos no es culpa del marginado, sino de los vivos financistas, que han especulado y hecho pésimas operaciones con el dinero de la gente, para desgracia de todos.
Porque por si no se dieron cuenta, esta es la sociedad en la que vivimos: imperfecta; unos tienen más, otros tenemos apenas para vivir con dignidad y otros tienen menos. Pero hay una franja que además de pobre, es marginada. Y la marginación es un problema social al que debería prestarse más atención. Se trata de seres a los que la sociedad no les da un lugar, ni un banco en el colegio Don Bosco, no fueron guías exploradoras de La Inmaculada, sus padres no fueron a la escuela, no conocen las vacaciones y la única felicidad que sienten es la que puede proporcionar el vino, la cerveza o el Poxiran. ¿Qué hizo el Estado por ellos? ¿Acaso les dio una beca para que vayan a la escuela como Dios manda, o la beca es esa limosna de $ 200, que veces ni siquiera llega? ¿El Estado les compró zapatillas que no lleven la firma del gobernador, campera abrigada en el invierno, los llevó a Monte Hermoso en el verano para que pasen una semana de playa? ¿Les compró carne para que coman milanesas o les dio un bolsón con fideos llenos de gorgojos? ¿Les dio materiales para construir un techo digno, o miró para otro lado mientras las casillas de chapa con agujeros en el techo hacen que en invierno se les inunde la única pieza que tienen?
Esos mismos bahienses marginados, que los hipócritas no quieren ver, son los mismos que desde el bajo de Villa Rosario o en la intersección de Cabrera y Fortaleza, ven pasar los Audi, Alfa Romeo, Honda y cuanta sofisticación mecánica ostentosa se ponga en el mercado, pasearse frente a sus narices con los conductores luciendo la chomba de Ralph Lauren y el baúl lleno de bolsas compradas en el Shopping, super chic. ¿Y qué esperan? ¿Qué el marginado encima les limpie el vidrio gratis?
Esos mismos marginados son los que tienen madres o hermanas mucamas en el Palihue a las que se obliga a usar un uniforme, actitud propia del nuevo rico, o padres albañiles en Bosque Alto, donde los patrones les pagan en negro sueldos de miseria por limpiarles la mugre de los muchos baños de mármol que tienen y juntar sus sobras.
Flaco favor le hacen al Estado de Derecho al criticar a la Justicia, en vez de fortalecerla, ayudando a que los marginados sean cada vez menos, administrando los recursos públicos (que no les pertenecen) con sincera justicia social, dándole al marginado un espacio dentro de la sociedad, permitiendo que se integren ofreciéndoles trabajos dignos y en blanco, en vez de Planes Trabajar, dádivas miserables que lejos de dignificar a la persona la condenan a una vida de limosna y a un falso apego partidario.
La delicada situación de los gorilas y su hábitat ha llevado a la Organización de Naciones Unidas a declarar 2009 el Año Internacional de este primate. La decisión debería implicar mayores esfuerzos de conservación y lucha contra las amenazas que han llevado a estos animales al borde de la extinción. Dada su apariencia semejante a la nuestra, su tamaño y corpulento cuerpo superiores al nuestro, los gorilas han sido presentados en muchas obras literarias y películas del cine como bestias agresivas y despiadadas. Lejos de ser violentos y peligrosos, los gorilas son criaturas gentiles e inteligentes. Por fortuna, no se parecen en nada a los sujetos que reniegan del “cabecita negra” mientras viven como duques, nunca pasaron hambre, no conocen las cicatrices de la marginación ni anduvieron con los pies descalzos en el piso de tierra, mientras afuera el frío invernal te congela la sangre.
